Para un arte como el mío -arte que combate en la frontera entre la vida y la muerte y que cuestiona lo que somos y lo que significa vivir y morir- (Japón) resultaba demasiado pequeño, demasiado servil, demasiado feudal y demasiado desdeñoso con las mujeres. Mi arte necesitaba una libertad más ilimitada y un mundo más amplio.