El camino estaba congelado. La aldea estaba en silencio, inmóvil bajo el cielo estrellado. Komako alzó los faldones de su kimono y los acomodó en el obi. La luna parecía cortada a cuchillo contra el hielo espectralmente azul.
Eran verdes como un mar, con reflejos de alto cielo. ¡Qué bien sabían mirar! Unos ojos que recuerdo.