Con el tiempo uno se vuelve mas precavido.
Till Lindemann
La zona más rica de nuestras almas, desde luego la más extensa, es aquella que suele estar vedada al conocimiento por nuestro amor propio.
Antonio Machado
Quien, aunque fuera una sola vez, amó y fue amado de verdad, por miserable que sea su vida ulterior, no debe maldecir demasiado del destino.
Arturo Graf
La religión es una forma de poder.
Blanca Miosi
Un aire de caricias ondula la marea castaña de tu pelo con luz que balbucea.
César Brañas
Cuando mejor es uno, tanto más difícilmente llega a sospechar de la maldad de los otros.
Cicerón
Vive del producto de tu trabajo, porque así te será más agradable el sustento.
Francisco Javier Clavijero
El hombre absurdo es el que no cambia nunca.
Georges Clemenceau
A mi perecer, ciertos sistemas de pensamiento son tan parciales y tan simples que se vuelven irrebatibles.
Haruki Murakami
Las cuestiones teológicas fácilmente se pueden convertir en un foco de conflicto.
Irving Kristol
Nada hay en la naturaleza tan mudable como la forma de un sombrero femenino.
Joseph Addison
Jamás un paisaje podrá ser idéntico a través de varios temperamentos de músicos, de pintor, de poeta. Cada paisaje se compone de una multitud de elementos esenciales, sin contar con los detalles más insignificantes, que, a veces, son los más significativos.
Juan Ramón Jiménez
Caíste, y ya otro rastro de tu ser no queda que las memorias que de ti conserven los que te amaron. Pasarán los días, y las memorias pasarán con ellos; y entonces ¿qué serás? El nombre vano, el nombre sólo en tu sepulcro escrito, con que han querido eternizar tu nada...
Nicasio Álvarez de Cienfuegos
El cultivo de los amantes hace renacer el amor.
Ovidio
El esposo de la vaca se llama toro, y es el que usan para las corridas de toros. Pero fuera de eso los toros no sirven para ninguna otra cosa, pues ni dan leche ni son comestibles, ya que su carne es demasiado dura para que uno la pueda masticar a gusto.
Roberto Gómez Bolaños
No me niegues que a veces, al despertar, quisieras refugiarte nuevamente debajo de mis manos, quedarte quietecita, apenas respirando, convertida en la misma huella de la noche.
Roberto Obregón