Una mariposa roja como la sangre se le posó, cual un pétalo de rosa, sobre las rodillas y, mientras la miraba, sus ojos se llenaron de lágrimas. No era sólo la belleza del insecto lo que aceleraba los latidos de su corazón. Era su misma existencia, y el enigma de su existencia. La dominaba un ansia de adoración, pero no sabía por qué.