La mayoría de las personas equiparan la disciplina a la ausencia de libertad. El deber acaba con la espontaneidad, en el deber no hay libertad, quiero hacer lo que quiera. Eso, y no el deber, es libertad. En realidad ocurre todo lo contrario. Sólo las personas disciplinadas son realmente libres. Las indisciplinadas son esclavas de los cambios de humor, de los apetitos y las pasiones.