Sentía una enorme y poética admiración, aunque apenas los entendía, por todos los artefactos mecánicos. Eran para él símbolos de belleza y verdad. Sobre cada intrincado mecanismo -tornos de metal, carburadores, ametralladoras, soldadores de oxiacetileno- aprendía una frase que sonaba bien, y la usaba sin cesar, con la deliciosa sensación de ser un técnico, un iniciado.