Ya sabía lo que todos los exiliados -antes y después de Dante- han de aprender, quiéranlo o no: que en el mundo entero no hay más que unas pocas calles donde le dejen a uno vivir a gusto, y que si confesamos a un desconocido: Me he decidido a explorar, conquistar y colonizar mi propia alma, bostezará y nos dirá: ¿Ah, sí? Pero ¿Por qué tiene usted que hacerlo precisamente aquí?.