Siempre he odiado a ese maldito de James Bond. Me gustaría matarlo.
Sean Connery
El avaro experimenta a la vez todas las preocupaciones del rico y todas las penalidades del pobre.
Albert Guinon
La juventud sólo se vive una vez.
Armando Rodera
... el odio a las otras naciones, era fomentada y alimentada mediante el culto diario,...
Baruch Spinoza
La hidrocortisona será en el tapete para el 70. Con ella se llegará a la búsqueda de la paz en el hombre. Mas no será
Benjamín Solari Parravicini
El hombre, sublime por sus aspiraciones y despreciable por sus instintos, es tal, que ni confiar ni desconfiar de él se debe nunca absolutamente.
Concepción Arenal
La cortesía es como el aire de los neumáticos: no cuesta nada y hace más confortable el viaje.
Cruzalta
El amor es como una ruleta rusa para mí. Nadie me ve tal como soy. Todos se enamoran de mi fama y mi estrellato... Tengo esa coraza de macho, la que proyecto cuando estoy en escena, pero hay un lado mucho más blando por dentro.
Freddie Mercury
La eternidad apenas es el ocio de jugar a los astros, de fumar nubes y de ignorarnos.
Gonzalo Escudero
Le gustaba la trascendencia a plena vista donde podía verla -digamos, en una hermosa vidriera decorada- no entremezclada en la estructura de la vida como los hilos de oro en un brocado.
Neal Stephenson
La inteligencia no consiste en encontrar soluciones sino en no perder de vista los problemas.
Nicolás Gómez Dávila
No existe más pecado que la necedad.
Oscar Wilde
Cuando menos habla un hombre de sus virtudes, más le apreciamos.
Ralph Waldo Emerson
¿Qué es un ordenador? Es el instrumento más notable. Es el equivalente a una bicicleta para nuestras mentes.
Steve Jobs
El vacío existencial no es una neurosis; o, de serlo, es una neurosis sociogénica o aun una yatrogénica, es decir, una neurosis ocasionada por el médico en su pretensión de curar.
Viktor Frankl
Sólo Dios sabe por qué la amamos tanto, por qué la vemos como la vemos, inventándola, construyéndola a nuestro alrededor, derribándola a cada momento; porque hasta las mujeres menos atractivas que pudiera imaginarse, los desechos más miserables que se sentaban en los umbrales de las puertas (derrotados por la bebida) hacían lo mismo; estaba totalmente convencida de que ninguna ley lograría dominarlos, y por esa misma razón: la de que ellos amaban la vida.
Virginia Woolf