La guerra vista a distancia y hábilmente manipulada en una mesa de montaje no es más que un espectáculo. En la realidad, el soldado no ve más allá de la punta de su nariz, tiene los ojos cubiertos de polvo e, inundado de sudor, dispara a ciegas. Y se arrastra por la tierra como un topo. Y, sobre todo, tiene miedo.