El pavor que me causaba su solo contacto y me helaba la sangre en los primeros días, se esfumó. Empezaba ya a sentir vagos deseos... Un débil despertar se iniciaba, y sentía un hormigueo que subía por mis venas y recorría todo mi cuerpo, estremeciéndome y haciéndome enrojecer cuando ella me acariciaba, acunándome entre sus brazos, o cuando me declaraba, apasionadamente, su amor.