Si el hombre, fundamentalmente, no sólo carece de deseos sino más bien siente horror de conocer su propio futuro, no es debido a una manía pasional o puramente femenina de lo imprevisto. La razón primordial de la vida es, para el hombre el sentimiento de su albedrío y de su propio poder de hacer surgir los hechos a impulsos de esa voluntad.