Enseguida advertí que de las vetas del techo se filtraban unas gotas sucias que me caían sobre la cabeza e impregnaban mi pelo de humedad. Me dio por imaginar que era el llanto de la isla, que sollozaba tras haber sido testigo de las innumerables desdichas acontecidas a lo largo de toda su historia.
Y si canto de este modo por encontrarlo oportuno, no es para mal de ninguno sino para bien de todos.