Sin concordia no puede existir ni un estado bien gobernado ni una casa bien administrada.
Joan Miró
Perder es tan importante como el saber ganar. También hay partes bonitas cuando uno pierde.
Ángel Nieto
Dado, pues, que el cielo es sensible, habría de ser una de las cosas individuales: pues vimos que todo lo sensible se da en combinación con la materia.
Aristóteles
Cuando los ojos ven lo que nunca vieron, el corazón siente lo que nunca sintió.
Baltasar Gracián
La iglesia se había convertido en una tumba donde cuarenta y siete cadáveres reducidos a piel y manchas llevaban cinco años tirados en el suelo de hormigón, aunque no en el mismo lugar donde los habían matado con Kalashnikovs o a machetazos.
Elmore Leonard
Por encima de todo el parloteo de su época y la nuestra, Elena hace una afirmación paladina. Y sólo en ésta yace la esperanza.
Evelyn Waugh
No te sientas amenazado por personas más inteligentes que tu.
Howard Schultz
Los hombres realmente educados son los autodidactos.
Jesse Lee Bennett
Nadie ha definido nunca lo que es realmente un amigo.
Joseph Epstein
¡Dios mío! No creo en ti, ¡pero ayúdame!
Marisa Paredes
Reescribiendo la espiral de prometer hacerlo bien, de cometer un nuevo error, de no saber pedir perdón o pedirlo demasiadas veces. de Ocho y medio., Desaparezca aquí.
Nacho Vegas
Dios debe de amarnos principalmente porque le causamos gracia.
Ray Bradbury
Por el principio de conservación de la energía, la masa de un objeto tiene que cambiar al moverse. La energía relacionada con el movimiento adquiere el aspecto de una masa adicional, con lo que los objetos se hacen más pesados al moverse.
Richard Feynman
Damos la vida sólo a lo que odiamos.
Rosario Castellanos
La mayor enfermedad hoy día no es la lepra ni la tuberculosis sino más bien el sentirse no querido, no cuidado y abandonado por todos. El mayor mal es la falta de amor y caridad, la terrible indiferencia hacia nuestro vecino que vive al lado de la calle, asaltado por la explotación, corrupción, pobreza y enfermedad.
Teresa de Calcuta
El juego debía de ser jugado y jugado al modo de ellos, aunque fueran ellos los que estipularan las reglas y los que contaran con toda la destreza. No importaba su ineptitud. Sí su honestidad. Se jugaba entero a esta creencia: que un hombre honesto no puede ser engañado, que la verdad, si el juego se jugaba hasta las últimas consecuencias conduciría a la verdad.
Ursula K. Le Guin