Ponerse a escribir con ahínco no evita que llegue una hora en que la pluma sólo rasca polvorienta tinta, y no discurre ya ni una gota de vida, y la vida está toda fuera, fuera de la ventana, fuera de ti, y te parece que nunca más podrás refugiarte en la página que escribes, abrir otro mundo, dar el salto.