La analogía, por supuesto, es la de nuestra existencia. Los seres humanos, en todas las generaciones, han anclado profundamente en sí mismos la convicción de que en alguna parte la realidad tiene un sentido; y han intentado formular, con los conocimientos disponibles en cada época, la expresión de ese sentido. Esas formulaciones adquirieron la forma de sistemas filosóficos y religiosos.
Como la lluvia penetra en una casa con mal tejado, así el deseo penetra en el corazón mal entrenado.