La faceta ridícula que veo en el amor siempre me impidió entregarme a él. He deseado, en ocasiones, seducir a una mujer, pero con sólo pensar en el aspecto extraño que en esos momentos debía de tener, me entraban ganas de reír. Tanto es así que mi voluntad se derretía al fuego de la ironía interior, y dentro de mí cantaba el himno de la amargura y de la irrisión.