Porque se puede honrarlo lo mismo en un bosque, en un campo, o incluso contemplando la bóveda celeste como los antiguos. Mi Dios, el mío, es el Dios de Sócrates, de Franklin, de Voltaire y de Béranger.
Aquí vengo, aquí me ves, aquí me postro, aquí estoy, como tu esclavo que soy, abandonado a tus pies.