Reconociendo que durante toda mi vida he actuado más a impulsos de los sentimientos que obedeciendo al resultado de mis reflexiones, he creído reconocer que mi conducta ha dependido más de mi carácter que de mi razón, que habitualmente han sido opuestos, y, en sus choques constantes, nunca me pareció tener una razón a la altura de mi carácter ni un carácter a la altura de mi razón.