Sí, todo me lo quitaréis, el laurel y la rosa. Lleváoslos, pero me queda una cosa que llevo. Y esta noche, cuando entre en la casa de Dios, brillará intensamente mientras diga mi adiós algo que, inmaculado, meceré en un arrullo, y me lo llevaré para siempre; y es: mi orgullo.
León repuso con viveza que casi nadie es capaz de comprender a los seres que tienden hacia un ideal.