Hacia la mitad del camino de mi vida, una mujer bellísima y muy inteligente con la que había tenido escasos días de intimidad me dijo mirándome con su mirada inolvidable: 'A ti no se te puede destruir Fernando. Tú ya estás destruido.
No vale más el singular topacio que el vulgar cascote. Pero si me dais a elegir... dadme el topacio.