Las lágrimas se guardan para los entierros, y la vida hay que buscarla allí donde lo dejan a uno. En una casa buena de Cádiz, o en el infierno. Donde sea. Donde se pueda.
No hay ninguna pretensión de simpatía en el gato. Vive solo, absorto, sublime en su sabia pasividad.
Aunque la conmiseración no puede alterar los hechos, sí puede contribuir a hacerlos más soportables.