Si nuestro ideal no nos inspira el sacrificio de nuestra vida, no es digno ya de que nos molestemos en propagarlo o imponerlo a los demás hombres; y si no es tan puro que se acomoda a aliarse con vulgares intereses, vale más prescindir de él y no deshonrarlo aun más con los crímenes cometidos por la ambición de la riqueza o del poder.