Imágenes
¿No ves que muero, tanto por haber bebido demasiado como por mi necesidad de beber?
William Beckford
El hombre, o mejor dicho, el monstruo, en vez de responder a estas preguntas frotó tres veces su frente, más negra que el ébano, se golpeó tres veces el vientre, cuya circunferencia era enorme, abrió de par en par unos ojos que parecían dos ascuas y se echó a reír con una risa horrenda, mostrando grandes dientes de color ámbar estriado de verde.
La noche cayó antes de que el cortejo llegase a la cima del más alto roquedal. Entonces, un viento impetuoso hizo jirones las cortinas de los palanquines y las literas, y dejó a las pobres damas entregadas a todos los furores de la tempestad. La oscuridad del cielo acentuó el terror de aquella noche desastrosa.
¡Hemos sido hechos donde todo se hace bien; somos la menor de las maravillas de una región en la que todo es maravilloso y digno del mayor Príncipe de la tierra!
Su rostro era agradable y majestuoso; pero cuando se encolerizaba uno de sus ojos se hacía tan terrible que su mirada resultaba intolerable: el desgraciado sobre quien la fijaba caía de espaldas y, a veces, incluso expiraba en aquel mismo instante.
Sire -gritó el fiel servidor del más poderoso de los monarcas-, las desgracias han llegado al colmo; las bestias feroces, que no os respetarían más que a un asno muerto, han caído sobre vuestros camellos.
Los exploradores, que preparaban el camino del mejor modo posible, y una parte de la vanguardia fueron devorados antes de poder advertirlo. La confusión era extrema; los lobos, los tigres y demás carniceros, invitados por sus compañeros, acudían de todas partes. Se escuchaban crujidos de huesos y, en el aire, un espantoso aleteo; los buitres comenzaban a añadirse al festín.
La tórtola lloraba la pérdida de placeres más reales mientras la alondra saludaba con sus trinos la luz que reanima la naturaleza: allí, más que en ningún otro lugar del mundo, el gorjeo de los pájaros revelaba sus diversas pasiones; los deliciosos frutos que picoteaban a placer parecían darles una doble energía.
Para llegar a una vana pompa y a un poder prohibido, se había ennegrecido con mil crímenes, se ve presa de remordimientos y víctima de un dolor sin fin y sin límites.
A la derecha se hallaban las teas, alineadas ante las ruinas de un palacio inmenso, cuyos muros se hallaban cubiertos de distintas figuras; al frente se veían las gigantescas estatuas de cuatro animales, mezcla de grifo y leopardo, que inspiraban espanto.
Como primer plato se sirvió un pescado extraído de un arroyuelo que corría sobre arena dorada, al pie de una colina bastante alta. El pescado era asado a medida que lo iban capturando y se sazonaba luego con finas hierbas del monte Sina; ya que en la mansión del Emir todo era tan piadoso como excelente.
La desgracia caerá sobre el temerario que desea saber lo que debiera ignorar y acometer lo que excede a sus facultades.
De inmediato, la orgullosa frente de la intrépida princesa se cubrió con las arrugas de la agonía. Lanzó un grito doloroso y su corazón se convirtió en un ardiente brasero: Se llevó la mano al corazón para no retirarla ya nunca.
Me apetecería mucho ver el palacio subterráneo, lleno de objetos interesantes para gente de nuestra condición; nada me complace más que las cavernas; tengo un gusto decidido por los cadáveres y las momias, y apuesto a que encontrarás la quintaesencia de este género.
Princesa, cuyos conocimientos y crímenes merecen un elevado lugar en mi imperio, bien hacéis en emplear el tiempo que os resta; pues las llamas y los tormentos que se apoderarán pronto de vuestro corazón os mantendrán bastante ocupada.
Juro por la burra de Balaam que, si sigue callando, haré que se arrepienta de su obstinación. Y diciendo estas palabras, el Califa no pudo evitar lanzar sobre el desconocido una de sus peligrosas miradas; éste ni se inmutó: el ojo asesino no le produjo el menor efecto.
Entérate que tengo mucha sed y que sólo podré abrir cuando la haya saciado. Necesito la sangre de cincuenta niños: tómalos de entre los hijos de tus visires y los grandes de tu Corte... Ni mi sed ni tu curiosidad estarán satisfechas. Regresa, pues, a Samarah; tráeme lo que deseo; arrójalo tú mismo a este abismo; entonces verás.
¿Por qué haces el ejercicio de un perro? ¡Oh, Califa, tan orgulloso de tu dignidad y de tu poder!
Temo que no haya nada bueno en este mundo si no es componer arias, erigir torres, proyectar jardines, hacer colecciones de muebles en estilo japonés y escribir relatos de viajes a China o a la Luna.