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El verdadero hombre feliz es aquel que sabe distinguir las fronteras entre el deseo y el bienestar, y se mantiene firmemente sobre el terreno más alto.
Walter Savage Landor
La música es para el espíritu rayo de sol y riego de agua; pero cuando lo ocupa y cubre demasiado tiempo, lo debilita y corrompe.
Tan cierto es que la bondad no hace felices a los hombres, como que la felicidad los hace buenos.
Las leyes han sido observadas y celebradas a menudo mucho más allá de lo que su instaurador pretendía y esperaba.
¡Cuán pocos tienen prudencia o valor bastante para establecer la distinción entre el retractarse de un error y el desertar de una causa!
La dilación en la administración de la justicia es injusticia.
Considera el hombre como un caso desgraciado el verse cercenado en medio de sus proyectos; cuando la verdadera desgracia (debía creerlo así) fue el haberlos formado.
La palabra exacta empleada en su lugar exacto rara vez deja algo que desearen cuanto a armonía.
Cuando un escritor es elogiado en vida más allá de sus merecimientos, puede estar seguro de que en lo porvenir será estimado muy por debajo de ellos.
Creemos que es la ingratitud quien nos hace sufrir, y, en realidad, es el amor propio de donde nos viene el sufrimiento.
Hay muchas formas, pero sólo dos clases de gobierno: el libre y el despótico. En el primero, el pueblo tiene sus representantes; en el segundo, no.
El disimulo es una virtud femenina tan necesaria en la mujer como la religión.
La razón, que fortalece nuestra religión, debilita nuestra devoción.
¡Amigo mío! Las disputas entre los hombres de talento suelen ser menos razonables y justas, menos pacíficas y moderadas que entre las gentes simples e ignorantes.
El cómputo del tiempo, pasado y futuro, ni ocupa ni interesa nunca al bárbaro.
La cortesía es por sí misma una fuerza.
Los escritos de los sabios son las únicas riquezas que nuestra posteridad no podrá malgastar.
La inocencia y la juventud deberían estar libres de sospecha.
La compasión mantiene abierta la herida.
La paradoja cautiva a la mayoría de la gente. Tiene el aire de la originalidad, pero de ordinario no es más que el talento de los hombres superficiales, torcidos y obstinados.
Somos más amigos de las teorías que de la verdad.
La filosofía no es más que pan duro; por más sano que sea, los hombres no se alimentan con él. Necesitan el manjar suculento y la copa excitante de la religión.
La soledad es la sala de audiencias de Dios.
Hay hombres con los cuales basta un trato superficial para sacar de ellos cuanto tienen de agradable; un trato más intimo sería poco satisfactorio y seguro.
Hay secretos que ni aun el mismo amor debía intentar penetrar.
El amor nos hace mejores siempre, la religión algunas veces, el poder nunca.
Sé que pueden llamarme orgulloso, pero odio las multitudes.
Mal razona el que razona con un mal raciocinador.
Jamás deberíamos contar de nostros mismos aquello que, si fuera visto por otro, nos habría de avergonzar.
El primero que alaba convenientemente un buen libro, alcanza, después de su autor, el segundo lugar en el mérito de la obra.
La vanidad propia le dice al hombre qué es honor. La conciencia le enseña qué es justicia.
En todos los países y en todos los regímenes existe y existirá siempre un ostracismo para sus hombres más grandes.
Los Tirrenios son una nación muy orgullosa y muy antigua, y como todas las naciones orgullosas y antiguas, sobresalen principalmente en el arte de saber hacerse agradable la vida.
Mi opinión es que la verdad no es (hablando con razón) el principal y último objeto de la filosofía; sino que, por el contrario, la filosofía debe buscar la verdad únicamente como un medio para adquirir y extender la felicidad.
El monumento del más grande de las hombres debería ser únicamente un busto con un nombre. Si el solo nombre no basta para ilustrar el busto, que perezcan ambos.
No admitas nunca en tu confianza, ni aun en tu asidua compañía, a quien no sepa más que tú en cosas de importancia.
Aquel a quien Dios aflige tiene a Dios consigo.
Confía en Dios; no sólo en esto o en aquello, sino en todo.
La ausencia aviva nuestro amor y enaltece nuestros afectos. La ausencia es la madre invisible e incorpórea de la belleza ideal.
La filosofía no siempre juega limpiamente con nosotros. Después de invitarnos, frecuentemente rehúye nuestra compañía, y nos abandona cuando nos ha alejado de nuestra casa por caminos sumamente extraviados.