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Homosexuales, al menos de vez en cuando, somos todos los humanos que practicamos sexo con otros seres humanos.
Valérie Tasso
Al sexo sólo le ponen objetivo los que pretenden algo. Ni siquiera el orgasmo y muchísimo menos la penetración son un objetivo digno del sexo.
El desconocimiento, muchas veces, nos lleva a encontrar un problema donde sólo había una circunstancia.
Nada teme más el discurso normativo del sexo que el deseo femenino y nada comprende menos que la sexualidad femenina.
En la prostitución, el cuerpo no se vende, se emplea.
La sarna no se cura eliminando al perro, cuando así se pretende, es porque lo que se detesta no es la sarna, sino a los perros.
La fantasía es la visión del paisaje y el deseo es el encuadre que queremos conservar.
El genio, en una disciplina, con la práctica, potenciará su genialidad, el tonto, con la práctica, sólo potenciará su tontería.
Para el orden moral, no hay nada más excitante de reprimir que la perversión que a uno le espera.
Dios aparece mucho más en los orgasmos que en las charlas teológicas.
El buen amante, como el buen artista, no entiende de tiempos de ejecución, entiende de ejecución. No entiende de minutos, entiende de duración.
No hay mejor manera para hacer que algo sea cierto que creer que es cierto.
No existe el sexo... sólo lo que hacemos con él.
Quien desconoce el motivo de las normas está condenado a respetarlas.
El sexo es un mal animal de carga. Mientras más obligaciones, sugerencias, objetivos y consejos se le imponen, más se encabrita.
La interacción sexual es una fraternidad de egoístas. El sexo, por su parte, es una lección egoísta.
Preocuparse por la duración del coito genera dos cosas; preocupación y coito.
Hacer del sexo una condena es ante todo... hacer sexo.
Una sinfonía no es un minutaje, sino lo que se hace con ese minutaje.
Educamos en la vida para abstenernos de vivir, no para vivir sin abstenernos.