Imágenes
Las religiones admiran el sexo.
Valérie Tasso
Decir que los preliminares sirven para preparar el coito es dibujar nuestra sexualidad como los niños dibujan un hogar; con un trazo y un tejado rojo.
Las orgías son demasiado solidarias. Buscan más el placer del colectivo que el de las individualidades que lo componen y eso le resta eficacia. Son más interesantes de contar que de vivir.
La fantasía es al deseo lo que la ropa es a cómo me visto.
Solemos amarnos a nosotros mismos en el otro, pero no al otro por si mismo.
Cada marco moral tiene sus prejuicios, sus condenas y sus miedos, creer que el nuestro no es sólo uno más, es estar condenado a respetarlo.
Creo que nuestra condición (de seres sexuados) es nuestra motivación (para ponerla en práctica). Practicamos el sexo porque somos sexo.
La dignidad no tiene sitio, ni colectivo, ni plural.
Si alguien puede, hoy en día, imaginar alguna práctica sexual sin pilas, eso ya se ha hecho.
El deseo masculino es naturalmente explicable, pero el femenino es culturalmente depravado.
Somos lo que nos han enseñado a ser algunos.
Las palabras nunca son claras cuando el concepto no lo es. La confusión de las palabras es siempre una confusión de los conceptos. No existe un buen significante cuando el significado continúa oscuro.
Al amado no se le alecciona, se le observa, no se le transforma, se le ve crecer y no se le conduce, se le acompaña.
El inconveniente de la práctica es que crea rutinas. El problema es que se hace de la rutina de la práctica la propia práctica.
El hedonista ejerce el difícil arte de establecer la paz consigo mismo.
No hay mejor manera de disfrutar del tiempo que despreocupándose de él. Y no hay mejor manera de ser un buen amante que despreocupándose de serlo.
El sexo no es solamente la puesta en práctica del sexo. Igual que el lenguaje no es el habla.
El sexo es como el lenguaje, la interacción sexual es como una opinión dada a un conocido. Lo primero está vigente en nosotros desde que nacemos hasta que morimos, lo segundo existe mientras se prolonga el encuentro.
Platón es algo más que un filósofo; es una ideología dominante.
Se crea el pecado al mismo tiempo que se inventa el profesional responsable de expiarlo.
En el deseo sexual, la mujer es un animal que bebe té y el hombre uno que bebe agua.
Tan tiránica resulta la exigencia de placer como la prohibición del mismo.
Hemos hecho de la primera vez una preocupación y no un mérito, un peligro y no un aprendizaje, una vuelta y no una ida, la llegada del príncipe azul y no el beso a la rana.
Un orgasmo no se tiene, se aprende a tenerlo, o mejor dicho, se aprende a permitirse obtenerlo.
Entender es saber decir la palabra.
No haremos el bien al otro si lo han convencido de que le estamos haciendo el mal.
El sexo es el muñeco de cartón de muchos ventrílocuos.
Muchas veces los mismo que nos absuelven nos inculparon la culpa.
La verdad es sólo aquello que justifica la toma de poder y el ejercicio legítimo del mismo.
Aprender a comunicar no es aprender qué tecla hay que apretar para obtener línea. La era digital no sustituye la gramática, los colores de las carcasas de los inalámbricos no suplen la retórica, ni el descubrimiento de los códigos de intercambio masivo, la idea comunicable.
Se aprende a ser culpable.
El sexo sólo tiene límites para quien se los pone y finalidad para el que se la impone.
El orgasmo es el gran comedor de palabras. Sólo permite el gemido, el aullido, la expresión infrahumana, pero no la palabra.
El celo de las mujeres es el amor.
Nada mejor para que no encontremos una aguja que echarle un pajar encima.
Cada vez que al sexo le estamos dando una medida creamos disminuidos.
La promiscuidad es el preliminar de la sospecha.
El sexo es la propuesta, no sólo la concreción de esa propuesta.
El egoísmo, la práctica del Yo, bajo todas sus formas de yoismo y solipsismo, es una forma de ontología, una manera de entender que el mundo no es más que lo que el Yo entiende por el mundo.
El hablar de sexo ha dejado de ser tabú, a cambio de que el tabú sea el propio sexo.