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Barbarie y civilización son dos categorías de origen particular pero cuya aplicación puede ser universal. Sin embargo, ser civilizado no significa que se tengan estudios superiores, sino que se sabe reconocer la plena humanidad de los otros, aunque sean diferentes. No son bárbaros quienes no tienen buena educación o han leído poco, sino quienes niegan la plena humanidad de los demás.
Tzvetan Todorov
El poder político controla los demás. Hay que dar poder a las personas. Ese es el significado de la democracia. En lugar de que el poder esté en manos de la comunidad, y a favor de ella, es la tiranía de unos cuantos.
Rilke se apoya de nuevo en Baudelaire, del que toma la cita de su primer ensayo sobre Rodin. Se trata, en concreto, de una cita de Emerson cuya interpretación por parte del poeta francés retoma. Baudelaire escribe. Héroe es quien permanece imperturbablemente concentrado.
Creo que el rol de los intelectuales no es seguir la corriente, sino perseguir la libertad, preguntarse por ella, y transmitir los resultados de su pesquisa. Y no tener miedo.
Las civilizaciones (o las culturas) son intrínsecamente incoherentes, cambian sin cesar, por lo que inscribirlas en una jerarquía inmutable no tiene ningún sentido.
Cuando razona -Tsvietáieva-, no imagina que se pueda aproximar al absoluto por este medio -la creación poética-: El poeta fracasa inevitablemente en todas las otras vías de realización. Habituado, acostumbrado (por él mismo) con el absoluto, exige de la vida lo que ésta no le puede dar.
Por cómo percibimos y acogemos a los otros, a los diferentes, se puede medir nuestro grado de barbarie o de civilización. Los bárbaros son los que consideran que los otros, porque no se parecen a ellos, pertenecen a una humanidad inferior y merecen ser tratados con desprecio o condescendencia.
Las sociedades están hechas de grupos con intereses contradictorios y no se puede satisfacer a todos al mismo tiempo...
Si queremos comprender los desastres pasados, condición previa indispensable para cualquier intento de impedir que se repitan, lo que debemos hacer es acudir a quienes cometieron esos actos: ¿Por qué hicieron esas cosas? ¿Cuál es el mecanismo que engendra el horror? ¿Cómo puede convertirse un hombre corriente en un verdugo de masas?
Las afirmaciones hechas durante una campaña política no tienen como objetivo la búsqueda de la verdad, sino contribuir a la conquista del poder.
Intento que mi vida sea tan rica como sea posible, aun en el simple hecho de cocinar. Es una acción que da sentido, porque la comida se hace para los otros, se comparte con los otros, es un don, es una obra efímera que desaparece de la noche a la mañana, es una obra para recomenzar todos los días...
Cuando los acontecimientos vividos por el individuo o por el grupo son de naturaleza excepcional o trágica, el derecho (a la memoria) se convierte en un deber: el de acordarse, el de testimoniar.
La alternativa que se ofrecía a la población era adoptar la nueva fe con entusiasmo o someterse a ella por miedo al sufrimiento. La presión era tal que nadie podía superarla. Pero las reacciones fueron distintas: unos se negaron (y aceptaron morir), mientras que otros se sometieron (y aceptaron matar).
En varias cárceles especiales, como la que dirigía Duch, se torturaba a los sospechosos para que revelasen los nombres de sus cómplices y luego se les ejecutaba de forma sistemática. Las confesiones extraídas a las víctimas permitían mantener la ficción de las conspiraciones, que debían servir para explicar los fallos económicos y justificar la dictadura, convertida en un fin en sí misma.
Las sociedades esclavistas y los regímenes totalitarios, que institucionalizan la desigualdad entre los seres humanos, merecen ser condenados estén donde estén.
La democracia no ofrece la plenitud a sus ciudadanos. Tener buena seguridad social no lo hace a uno feliz. Tener una jubilación decente no hace que uno se sienta realizado. La democracia es eso: asegurar la jubilación, una buena cobertura médica, buenas condiciones de trabajo, etcétera. Pero ¿Y una vez que se obtuvo eso? Era un medio y no un objetivo en la vida.
El ideal de producir el paraíso terrenal puede parecer magnífico, porque se desea que todo sea perfecto y todos vivan en la felicidad, pero en realidad es un ideal mortal. Lo aprendimos a la fuerza. Comprendimos que el ideal democrático, que es mucho menos excitante que la perfección del paraíso, es digno de respeto y hay que defenderlo.
Un pueblo que practica la escritura puede llevar a cabo actividades mentales inaccesibles para los pueblos que carecen de ella. Ninguna lengua es, en sí misma, superior a las otras, pero una puede ser más rica que otra en relación con una necesidad concreta.
La tortura es algo tan vergonzoso, pero es aún peor si se convierte en la política oficial de una democracia. Es una contradicción y es inaceptable.
Hoy en día la democracia tiene mucho más que temer de las perversiones o desvíos del proyecto democrático que vienen del interior.
El juicio equitativo es aquel que tiene en cuenta el contexto en el que se produce un acontecimiento, sus antecedentes y sus consecuencias.
La guerra es más poderosa que las razones por las que se va a la guerra. Hoy casi todas las guerras que lidera Occidente se presentan como si fueran humanitarias.
Hay que resistir y hay que denunciar porque es esencial el pluralismo de la información, que es uno de los principios de la vida democrática. La autonomía de la información, de la prensa, de los medios, de la televisión, es esencial.
Cuando uno atribuye todos los errores a los otros y se cree irreprochable está preparando el retorno de la violencia.
La modernidad tiene defectos: en democracia no vivimos obligatoriamente felices, pero descubrimos con las amargas experiencias totalitarias que el remedio de imponer por la fuerza estas soluciones es un remedio peor que el mal. La democracia no trae soluciones, pero el nazismo, el comunismo y las dictaduras son aún peores que el mal del que nos querían curar.
La humanidad no puede vivir sin ideales. Si no tuviera más ideales, habría habido una mutación de la especie. Hay momentos de ceguera e inconsciencia, pero uno se puede despertar de esos momentos.
No deja de ser cierto que un terrorismo revolucionario precedió y convivió al principio con el terrorismo de estado, y que no se puede comprender el uno sin el otro.
En sus cartas a Sand, Flaubert mantiene un credo que había formulado de este modo en una carta dirigida a otra amiga en 1857: La vida es tan espantosa que el único medio para poderla soportar es evitarla. Y se la evita viviendo en el Arte, en la búsqueda incesante de lo Verdadero que proporciona lo bello.
En la última década se ha desarrollado una ideología nueva que rompe con eso. Pretendemos que el único rol del Estado es desmantelar todas las legislaciones que protegen a los trabajadores para darles lo que se les antoja a los reyes de la economía. El poder no tiene límite. Sin embargo, una de las fórmulas de la democracia la dio Montesquieu: ningún poder ilimitado puede ser legítimo.
La inmensa mayoría de los crímenes colectivos fueron cometidos siempre en nombre del bien... Las causas nobles no disculpan los actos innobles.
Lo fantástico es la vacilación experimentada por un ser que no conoce más que las leyes naturales, frente a un acontecimiento aparentemente sobrenatural.
Hacemos las cosas simplemente porque controlamos muy bien los medios. Por ejemplo, la economía: es un medio para producir riqueza, pero no debería ser sólo para producir riqueza, sino para hacer que los seres humanos fueran más felices y estuvieran más satisfechos con sus vidas.
Una buena sociedad es la que sabe aprovechar los compromisos entre intereses contradictorios. Si renunciamos a esa visión del paraíso terrestre, que era la que estaba detrás de la política totalitaria, porque soñaba con construir el paraíso terrestre, aunque se renunciara a esa visión, sería indispensable que fuéramos conscientes de los peligros que socavan nuestra existencia.
El encanto de la guerra procede asimismo de que es una situación simple, en la que es fácil elegir: el bien se opone al mal, los nuestros a los otros, las víctimas a los verdugos. Si antes el individuo podía pensar que su vida era inútil o caótica, en la guerra adquiere cierta gravedad.
La literatura es la mejor mirada posible para la comprensión de la condición humana.
La democracia se basa en la idea de igualdad de derechos de todos sus miembros, pero sabemos que, en cualquier país, la igualdad ante la ley no es verdaderamente respetada, ni la igualdad entre los hombres y las mujeres ni la igualdad entre la gente de color diferente, etcétera. Son desigualdades sociales, cosas contra las cuales es indispensable luchar todos los días.
Las guerras civiles no son nunca un simple enfrentamiento entre dos partes de la población, sino que consagran la desaparición de cualquier orden legal común, encarnado hoy en el Estado, y convierten en lícitas, por tanto, todas las manifestaciones de la fuerza bruta: saqueos, violaciones, torturas, venganzas personales, asesinatos gratuitos.
La Historia nos ayuda a salir de la ilusión maniquea en la que a menudo nos encierra la memoria: la división de la humanidad en dos compartimentos estancos, buenos y malos, víctimas y verdugos, inocentes y culpables.
Hay que concienciar a la gente de que hay que cambiar, que hay mejores formas de resistencia a los poderes del mercado. ¿Por qué creemos ciegamente en gente que solo piensa en sus intereses personales? ¿Por qué creemos que ellos tienen la mejor solución?
Los populistas pervierten la idea de la democracia porque quieren que estemos entre nosotros, entre gente parecida, cuando la democracia no es una extensión de la familia o del clan, tiene un costado de mezcla, de gente diferente.