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Lo único peor que demasiado gobierno es demasiado poco.
Tony Judt
Evitar los extremos es una virtud moral en sí misma; además de una condición para la estabilidad política y social.
No es necesario estar familiarizado con Sócrates para saber que una vida que no se somete a examen no vale demasiado. Una sociedad justa es aquella en la que la justicia se practica de forma habitual.
Por qué es importante la votación: porque, como sabían los griegos, la participación en la forma en que se nos gobierna no sólo aumenta el sentido colectivo de responsabilidad por los actos del gobierno, sino que también contribuye a que los líderes se comporten honestamente.
La desigualdad económica exacerba los problemas.
El problema fue que los socialistas tuvieron siempre demasiada fe en la razón de los hombres...
La única forma de que todos, incluso los gorrones, paguemos por un servicio de correos (por ejemplo) es mediante los impuestos universales.
Si los ciudadanos activos o preocupados renuncian a la política, están abandonando su sociedad a sus funcionarios más mediocres y venales.
Hay que redefinir los criterios que utilizamos para valorar los costes de todo tipo: sociales, medioambientales, humanos, estéticos y culturales, además de económicos.
La privatización de sectores públicos es ineficiente.
Una vez que dejemos de valorar más lo público que lo privado, seguramente estaremos abocados a no entender por qué hemos de valorar más la ley (bien público por excelencia) que la fuerza.
Los mercados nunca generan automáticamente confianza, cooperación o acción colectiva para el bien común. Todo lo contrario; la naturaleza de la competencia económica implica que el participante que rompe las leyes triunfa -al menos a corto plazo- sobre sus competidores con más sensibilidad ética.
Toda sociedad que destruye el tejido de su Estado (mantenido con los impuestos y los servicios públicos de todos) no tarda en desintegrarse en el polvo y las cenizas de la individualidad.
Keynes demostró que ni el capitalismo ni el liberalismo sobrevivirían mucho tiempo el uno sin el otro.
Vivir cerca de personas cuya condición representa un reproche ético permanente es una fuente de incomodidad incluso para los ricos.
¿Por qué habría de parecernos que contemplar como unos codiciosos empresarios salen enriquecidos del derrumbamiento de un Estado autoritario es mucho mejor que el propio autoritarismo?
Cuanto más igualitaria es una sociedad, más confianza reina en ella.
¿Qué legaron la confianza, la tributación progresiva y el Estado intervencionista a las sociedades occidentales? Seguridad, prosperidad, servicios sociales y mayor igualdad.
El hombre más pobre tiene una vida que vivir, igual que el más poderoso.
La mayor ventaja de la acción pública es su capacidad para satisfacer esa vaga necesidad de una meta y un significado más altos en las vidas de hombres y mujeres. Abducidos por el anhelo de interés y provecho propio, se oscurecen las razones para el altruismo o incluso el buen comportamiento.
Incluso si todos los regímenes conservadores y reaccionarios que hay en el mundo se derrumbaran mañana, y su imagen pública quedara manchada por mucho tiempo por la corrupción y la incompetencia, la política del conservadurismo sobreviviría intacta. El argumento a favor de conservar seguiría intacto. Pero para la izquierda, la falta de una razón apuntalada en la historia deja un espacio vacío.
Las personas deben cooperar, trabajar juntas para el bien común, sin excluir a nadie.
Los pobres votan en mucha menor proporción que los demás sectores sociales, así que penalizarlos entraña pocos riesgos.
Sin idealismo, la política se reduce a una forma de contabilidad social, y esto es algo que un conservador puede tolerar muy bien, pero para la izquierda significa una catástrofe.
El servicio público tiene la obligación de proporcionar ciertos tipos de bienes y servicios por el simple hecho de que son de interés público.
Por muy egoístas que seamos, todos necesitamos servicios cuyos costes compartamos con nuestros conciudadanos.
Es una intrigante paradoja que el capitalismo fuera salvado gracias a transformaciones que se identificaron con el socialismo.
La desigualdad no sólo es poco atractiva en sí misma; está claro que se corresponde con problemas sociales patológicos que no podemos abordar si no atendemos a su causa subyacente.
Keynes sabía muy bien que la política económica fascista nunca podría haber triunfado a largo plazo sin guerra, ocupación y explotación.
La falta de confianza es claramente incompatible con el buen funcionamiento de una sociedad.
Siempre será más barato mejorar las condiciones de los pobres para que puedan consumir más, que bajar el precio de las cosas para que las puedan consumir los pobres.
No importa lo rico que sea un país, sino lo desigual que sea.
El estado del bienestar entraña la protección de la mayoría débil frente a la minoría fuerte y privilegiada.
La confianza y la fe que tenemos en nuestros conciudadanos se corresponden negativamente con las diferencias en la renta.
Esta reducción de la sociedad a una tenue membrana de interacciones entre individuos privados se presenta hoy como la ambición de los liberales y de los partidarios del mercado libre. Pero nunca deberíamos olvidar que primero, y sobre todo, fue el sueño de los jacobinos, los bolcheviques y los nazis.
De repente en todas partes había un economista o experto que exponía las virtudes de la desregulación, el Estado mínimo o la baja tributación.
El propio Keynes siempre sostuvo que el capitalismo no sobreviviría si sólo se limitaba a proporcionar a los ricos los medios para hacerse más ricos.
Cuanto más inteligente es un muchacho, más probable es que elija una carrera interesante con un sueldo razonable en vez de un trabajo que sólo estuviese bien remunerado.