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El fuego del infierno no necesita que nadie lo encienda y ya te está quemando por dentro...
Toni Morrison
Sabía hacer cuentas con papel y lápiz. El amo le enseñó. Se ofreció a enseñarles a todos, pero sólo mi papaíto quiso aprender. Grandma decía que los otros se negaron. Uno, que tenía un número en vez de un nombre, dijo que eso le embarullaría la cabeza, que le haría olvidar cosas que debía recordar para memorizar cosas que no debía.
Habían pasado tres meses, no, dos, y todavía le inquietaba el silencio que invadía la casa por las noches. La puesta de sol, tres minutos de azul Tiziano y luego la noche cerrada. Y con ella un sólido silencio pegado a la tierra. Ni grillos, ni ranas, ni mosquitos había allí arriba. Sólo los ruidos, oídos o imaginarios, que hacían los humanos.
Las definiciones pertenecen a los definidores... Y no a los definidos.
Si no sabes calcular te engañan. Si no sabes leer te pegan.
Dulces y delirantes conversaciones con oraciones a medias, ensueños y malentendidos más emocionantes que la comprensión plena.
Es amiga mía. Me une a mí mismo. Junta las partes que son y me las devuelve en el orden que corresponde. Es bueno, sabes, tener una mujer que sea amiga de tu mente.
¿Dónde está el descanso de los días, la avenida con tomillo, el aroma de verónica que prometiste, la nata y la miel que dijiste que había ganado, la felicidad que procede de las tareas bien hechas, la serenidad que el deber nos concede, las bendiciones de las buenas obras?
En realidad nada más habría que decir, salvo por qué. Pero, dado que el porqué es difícil de manejar, será mejor refugiarse en el cómo.
Juntamente con la idea del amor romántico, otro concepto se le reveló: el de la belleza física. Ambas ideas eran probablemente las más destructivas de la historia del pensamiento humano. Ambas nacían de la envidia, medraban en la inseguridad y terminaban en la desilusión.
En aquel lugar donde arrancaron de raíz las matas de beleño y de zarzamora para hacerle sitio al campo de golf de Medallion City, había un barrio.
Llega un momento en la vida en que la belleza del mundo ya basta por sí sola. Una no necesita fotografiarla, ni pintarla, ni siquiera recordarla. Ya basta por sí sola. No es preciso registrarla y no necesita a nadie para compartirla o hablarle de ella. Cuando eso sucede, cuando se produce ese abandono, una abandona porque puede hacerlo.
Un hombre no es un hacha. No es una condenada herramienta que corta, tala y destroza todo el día. Las cosas le llegan. Hay cosas que no puede desprender porque las lleva dentro.
El pánico terminó por desaparecer y los gritos de la mujer herida se confundieron con el rumor del tráfico cotidiano.
¡Si puedo hacerlo todo! ¿Por qué no habría de poder tenerlo todo?
Y eso era el amor: un respeto sin motivo concreto.
¿Cuándo piensas casarte? Tienes que tener niños. Eso te calmará. -No quiero hacer otras personas. Quiero hacerme a mí misma.
Tu sabes tan bien como yo que la gente que muere mal no se queda bajo tierra.
llegar a un lugar donde pudieses amar lo que se te antojara -donde no necesitaras permiso para desear- era la libertad.
Y, como todo artista sin forma artística, se volvió peligrosa.
Si la felicidad es una mezcla de expectación y certidumbre, éramos felices.
Cándidas y desprovistas de vanidad, por entonces todavía teníamos nuestra propia estima. Nos sentíamos a gusto en nuestro pellejo, gozábamos con las informaciones que nos transmitían nuestros sentidos, admirábamos nuestra mugre, cultivábamos nuestras cicatrices y no podíamos comprender aquella indignidad.
Para Sethe el futuro era sólo el problema de ser capaz de mantener a raya el pasado.
Ni siquiera sabía su nombre. Y si no sabía su nombre, entonces no supe nada y jamás he sabido absolutamente nada, puesto que lo único que quería saber era su nombre, y cómo no iba a dejarme ajando, había estado haciendo el amor con una mujer que ni siquiera sabía su nombre.
Ahora descansarán, antes de dedicarse al trabajo interminable para el que fueron creados, aquí, en el Paraíso.
Pero para descubrir la verdad sobre cómo mueren los sueños una no debería fiarse de las palabras del soñador.
El sentido del mal consistía en sobrevivir a él y estaban decididos (sin haber sido conscientes jamás de haberse hecho ese propósito) a sobrevivir a las inundaciones, a los blancos, a la tuberculosis, al hambre y a la ignorancia. Conocían bien la rabia, pero no la desesperación, y no lapidaban a los pecadores por la misma razón que no se suicidaban: estaban por encima de esas cosas.
El buen gusto estaba fuera de lugar cuando se trataba de la muerte, que constituía la esencia del mal gusto.
Allí, en el centro de ese silencio, encontraba no la eternidad, sino la muerte del tiempo, y una soledad tan profunda que la palabra misma perdía todo sentido.