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Cuanto más querés a tu tierra, a tu gente, a tus tradiciones, más tenés que abrirte para reconocer otros modos de vida, que te permitan crecer, y no estoy hablando de cosas materiales.
Tomás Lipán
Soy cantor desde siempre, desde que pasteaba mis cabras, que era la primera actividad que recuerdo de chico, y cantaba imitando a los mayores.
Me crié pastando cabras, no bien aprendí a caminar. Desde que nací mi mamá empezó a llevarme en su espalda y así crecí encima de ella escuchando sus coplas. Y mi padre cantaba acompañado por la guitarra. Por eso salí cantor.
Yo me pasaba semanas enteras tocando en los carnavales, por la satisfacción de hacerlo, no porque me iban a pagar. Ver que la gente se alegraba y se divertía era para mí una gran satisfacción. Iba a tocar la quena y cantaba los villancicos con los chicos que, como yo, adoraban al niñito Dios.
Yo nací sin profesionalismo: no me acerqué a la radio ni a la televisión. Siempre tomé la música como un profundo amor. De chico nunca se me ocurrió pensar que iba a cobrar por esto. Pero cuando la cosa es en grande, con traslados, grabaciones y cantidad de músicos, aparece la necesidad de ser remunerado.
Lo más importante de mi vida lo aprendí entonces, porque no comencé tocando por una cuestión comercial, para aparentar tal vez, sino por el gusto de hacerlo.
A lo mejor tengo un concepto muy conservador de la vida artística, quizá porque conservo a mi padre como guía. Él era cantor, y nunca imaginó que su hijo iba a cobrar para cantar. Él nunca cobró un peso.