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El mundo es realmente un escenario en el que continuamente se ensaya.
Thomas Bernhard
Cuando hemos sobrepasado los cincuenta, nos parecemos viles y faltos de carácter, pensé, la cuestión es saber cuánto tiempo aguantaremos ese estado. Muchos se matan a los cincuenta y un años, pensé.
Los caracteres débiles se convierten siempre sólo en artistas débiles.
La ironía suaviza lo insoportable.
Los padres saben muy bien que prolongan en sus hijos la infelicidad que son ellos mismos.
Era extraño que precisamente los ricos tuvieran tendencia a suicidarse, que fueran los primeros en caer en el hastío, la más terrible enfermedad que puede contraerse en la vida.
Siempre queremos oír algo aún peor que lo que hay en nosotros. Esa es la única razón de que escuchemos, de que nos sintamos impulsados a conversar.
El ser humano sólo era capaz de estar con otro ser querido cuando éste había muerto y se encontraba verdaderamente dentro de él.
Nacer es una infelicidad, decía, y, mientras vivimos, prolongamos esa infelicidad, sólo la muerte la interrumpe. Eso no quiere decir, sin embargo, que sólo seamos infelices, nuestra infelicidad es la condición para que podamos ser felices también, sólo dando el rodeo de la infelicidad podemos ser felices.
El arte de escuchar está casi muerto.
El mundo, en conjunto, se ha hecho muy provinciano.
Lo más bonito es lo imprevisto.
El que cada día vive algo más, aunque sólo sea unos segundos, consigue al final toda una vida.
Intento distraerme de mí, pero sólo lo consigo ya esporádicamente.
¿Has aprovechado la vida? Cuando empiezas a preocuparte de ello es ya demasiado tarde.
¿Qué es la tradición sino una comedia perfectamente representada, pero insorportable que, porque se ha hecho incomprensible, congela en el aire nuestra risa, nos congela?