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Puesto que no se puede esperar de un hombre que no posee la gracia que sea justo, es preciso que la sociedad esté organizada de tal manera que las injusticias se vayan corrigiendo unas a otras en una perpetua oscilación.
Simone Weil
La gruesa bestia tiene como fin la existencia. Yo soy el que soy. Ella también lo dice. Le basta con existir, pero no puede concebir ni admitir que otra cosa exista. Siempre es totalitaria.
La obediencia a un hombre cuya autoridad no está alumbrada con legitimidad es una pesadilla.
Para que tu mano derecha ignore lo que hace la izquierda, habrá que esconderla de la conciencia.
El humanismo y lo que del mismo se desprende no es un regreso a la antigüedad, sino un desarrollo de venenos anteriores al cristianismo.
El capitalismo ha consumado la liberación de la colectividad humana en relación con la naturaleza. Pero esa misma colectividad ha heredado inmediatamente frente al individuo la función opresiva que antes ejercía la naturaleza.
La desgracia extrema que acomete a los seres humanos no crea la miseria humana; simplemente la pone de manifiesto.
El espejismo constante de la Revolución consiste en creer que si a las víctimas de la fuerza, que son inocentes de las violencias que se producen, se les pone en las manos esa misma fuerza, la utilizarán justamente.
El deseo es un anhelo del pensamiento hacia el porvenir.
El amor tiende a llegar cada vez más lejos. Pero tiene un límite. Cuando ese límite se sobrepasa, el amor se vuelve odio. Para evitar ese cambio, el amor debe hacerse diferente.
La creación: el bien hecho trozos y esparcido a través del mal.
La tarea de las revoluciones consiste esencialmente en la emancipación no de los hombres sino de las fuerzas productivas.
El tiempo nos conduce -siempre- adonde no queremos ir. Amemos el tiempo.
De todos los seres humanos, sólo reconocemos la existencia de aquéllos a los que amamos.
El infierno es superficial. El infierno es una nada que tiene la pretensión y produce la ilusión de que existe.
Una sociedad bien hecha sería aquélla en la cual el Estado ejercería tan solo una acción negativa, del orden del timonel: una ligera presión del movimiento oportuno para compensar un comienzo de desequilibrio.
Al sucumbir bajo el peso de la cantidad, al espíritu no le queda otro criterio que el de la eficacia.
Hay que realizar lo posible para alcanzar lo imposible.
No tratar de no sufrir ni de sufrir menos, sino de no alterarse por el sufrimiento.
Amar a un extraño como a sí mismo entraña como contrapartida: amarse a sí mismo como a un extraño.
La belleza es la armonía entre el azar y el bien.
Matar con el pensamiento todo cuanto se ama: única manera de morir.
Lo que cuenta en una vida humana no son los sucesos que la dominan a través de los años -o incluso de los meses- o incluso de los días. Es el modo en que se encadena cada minuto con el siguiente, y lo que le cuesta a cada cual en su cuerpo, en su corazón, en su alma -y por encima de todo, en el ejercicio de su facultad de atención- para efectuar minuto por minuto este encadenamiento.
La relación pertenece al espíritu solitario. Ninguna muchedumbre concibe la relación.
Todos los dolores que nos alejan son dolores perdidos.
Una mujer que se mira al espejo y se arregla no siente vergüenza de reducirse a sí misma, a ese ser infinito que mira todas las cosas, a un pequeño espacio.
Entre las características del mundo moderno no hay que olvidar la imposibilidad de apreciar en concreto la relación entre el esfuerzo y el efecto del esfuerzo. Demasiados intermediarios.
Todas las tragedias que se puedan imaginar confluyen en una sola y única tragedia: el paso del tiempo.
Dinero, maquinización, álgebra. Los tres monstruos de la civilización actual. Analogía perfecta.
Desear la amistad es un gran error. La amistad debe ser un goce gratuito, como los que proporcionan el arte o la vida.
Al luchar contra la angustia uno nunca produce serenidad; la lucha contra la angustia sólo produce nuevas formas de angustia.
Esa vulnerabilidad de las cosas valiosas es hermosa porque la vulnerabilidad es una marca de existencia.
Cuando se ha pecado por injusticia, no basta sufrir justamente, hay que sufrir la injusticia.
En todo aquello que nos provoca una auténtica y pura sensación de lo bello existe realmente presencia de Dios. Hay como una especie de encarnación de Dios en el mundo, cuya marca es la belleza.
La Providencia divina no es un desarreglo, una anomalía en el orden del mundo. Es el orden del mundo en sí. O, más bien, es el principio ordenador de este universo, extendido a través de toda una red subterránea de relaciones.
Dos prisioneros, en celdas vecinas, se comunican por medio de golpes contra el muro. El muro es lo que los separa, pero también lo que les permite comunicarse. Así nosotros con Dios. Toda separación es un nexo.