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Tal vez todo lo demás, la cautela, la sabiduría, la cordura, la inteligencia, no valga ni un comino porque no está enardecido por la loca pasión de la juventud, ese extraño deseo que pretende salvar el mundo y al mismo tiempo consumirse a sí mismo, que quiere agarrar con las dos manos todo lo que el mundo le ofrece y que a la vez arroja a puñados todo lo que la vida le regala.
Sándor Márai
Del vocabulario limitado de la razón, de unos centenares de miles de conceptos que guardan celosamente un secreto, incapaces de abarcarlo y de expresarlo del todo.
Dentro de la gran pareja, la persona es siempre solitaria, y defiende algo encarnizadamente: el matiz, la personalidad.
Cuando te conocí, no sabía esto con la precisión con la que te lo estoy contando ahora... No sabía tampoco que tú eres para mí el carácter. ¿Lo entiendes?
Quien busca justicia con demasiado empeño y dedicación, en realidad no busca justicia sino venganza.
No he conocido a nadie que fuera capaz de alegrarse como ella de las cosas sencillas de la vida: personas y animales, estrellas y libros, todo le interesaba, y su interés no se basaba en la altivez, en la pretensión de convertirse en experta, sino que se aproximaba a todo lo que la vida le daba con la alegría incondicional de una criatura que ha nacido al mundo para disfrutarlo todo.
El carácter de un ser humano está compuesto en su mayor parte de orgullo; el resto es una mezcla de deseos, generosidad, miedo a la muerte y sentido del honor.
La naturaleza trabaja con enorme derroche: sólo en el cerebro humano hay seiscientos mil millones de células. ¿Qué importa, pues, una sensación oculta, una emoción inconsciente? A veces me parece que no importa mucho. Y otras pienso que todo depende de eso.
Las personas que entregan su alma y su destino a la soledad no tienen fe. Sólo esperan. Esperan el día o la hora en que puedan dilucidar todo lo que les ha conducido a la soledad con las personas que son responsables de ello.
Los enamorados siempre quieren privar a un hombre de su alma. Y eso es pecado.
Cuando evoco mi niñez me siento incapaz de decir que fue buena o mala. Pero sé que no estaría dispuesto jamás y a ningún precio a volver a ella.
Tal vez el hombre nunca esté tan solo como cuando el destino lo extrae de la masa y lo designa parte de una.
Me hago la autopsia a mí mismo. Sin piedad. Me tumbo en la mesa del quirófano y examino todos mis sentimientos y mis recuerdos con la esperanza de que la culpa sea también mía, de que me haya equivocado, de que no haya amado a Anna, de que no la haya amado lo suficiente, de que no haya sido lo bastante hábil o astuto... Porque quizá necesitemos también astucia para el amor.
La felicidad había que descubrirla cada media hora, cada minuto, se manifestaba de forma impredecible.
El cotilleo era algo más que una de las inclinaciones genéricas y vulgares del ser humano, originada en la recíproca animosidad, sino también uno de los instrumentos más eficaces entre las medidas de seguridad de la sociedad,
Sin decisión y crueldad no podemos ser libres.
La gente lo clasifica todo en unas pocas nociones preconcebidas, como amistad, amor, matrimonio, aventura, infidelidad, y piensan que la vida cabe en estos conceptos. Pues no cabe.
Solo obtienes algo de los libros si eres capaz de poner algo tuyo en lo que estas leyendo.
Hay algo peor que la muerte, peor que el sufrimiento... y es cuando uno pierde el amor propio.
El deseo de ser diferente de lo que eres es la mayor tragedia con que el destino puede castigar a una persona.
Pero la verdad era que había orden en todas partes, en los museos, en las estaciones de ferrocarril y también en las casas de la gente, menos en las almas: en las almas alemanas había una penumbra impenetrable, una bruma infantil, la espesa bruma de unos mitos sangrientos, vengativos e inconfesables.
Todo ocurre siempre porque sí, y de la manera que tiene que ocurrir, de la manera que puede ocurrir, ésa es la verdad. No vale la pena indagar los detalles, cuando ya todo ha terminado. Pero en lo esencial, en lo verdadero, sí que vale la pena indagar, porque si no, ¿Para qué he vivido? ¿Para qué he estado soportando estos cuarenta y un años? ¿Para qué te he estado esperando?
Las preguntas son éstas: ¿Quién eres? ¿Qué has querido de verdad? ¿Qué has sabido de verdad? ¿A qué has sido fiel o infiel? ¿Con qué y con quién te has comportado con valentía o con cobardía? Estas son las preguntas. Uno responde como puede, diciendo la verdad o mintiendo: eso no importa. Lo que sí importa es que uno al final responde con su vida entera.
He amado Kaschau y los poemas, las mujeres, el vino y el honor, también la razón, cuando habla al corazón... No amo, por lo demás, ninguna otra cosa. Nadie conoce el resto. Ni ruegos ni súplicas, no os compadezcáis de mí.