Imágenes
Si una nube lejana me saluda, si hay un ave que canta, si una muda y recóndita brisa inmola el desaliento de las rosas, si hay un rubor de sangre en la imprecisa hora crepuscular, yo me conturbo y tiendo mi sonrisa.
Salvador Novo
Junto a tu cuerpo totalmente entregado al mío, junto a tus hombros tersos de que nacen las rutas de tu abrazo, de que nacen tu voz y tus miradas, claras y remotas, sentí de pronto el infinito vacío de su ausencia.
¡Oh! Dulce amigo, cuya mano clara en cifra de cariño y de ternura la mía tantas veces estrechara!
En ti mi soledad se reconcilia para pensar en ti.
¿Cómo será posible que nada te conmueva, que no haya lluvia que te estruje ni sol que rinda tu fatiga?
Como un día me la diste viva tu imagen poseo, que a diario lavan mis ojos con lágrimas tu recuerdo.
Mi ofrenda es toda tuya en la simiente que secaron los rayos de tus soles.
Un año más el vínculo asegura de su noble amistad, alta y preclara. ¡Dios se lo otorgue lleno de ventura!
Amar es percibir, cuando te ausentas, tu perfume en el aire que respiro, y contemplar la estrella en que te alejas cuando cierro la puerta de la noche.
Entre tu aurora y mi ocaso, el tiempo desaparecía y era nuestra y era mía sangre, labio, vino y vaso.
Para escribir poemas, para ser un poeta de vida apasionada y romántica cuyos libros están en las manos de todos y de quien hacen libros y publican retratos los periódicos, es necesario decir las cosas que leo, esas del corazón, de la mujer y del paisaje, del amor fracasado y de la vida dolorosa, en versos perfectamente medidos, sin asonancias en el mismo verso, con metáforas nuevas y brillantes.
Porque en mí floreció tu primavera; porque tu otoño maduró mi espiga que el invierno guarece y atempera...
Se ha clausurado mi sala de baile, mi corazón no tiene ya la música de todas las playas de hoy más tendrá el silencio de todos los siglos.
Este perfume intenso de tu carne, no es nada más que el mundo que desplazan y mueven los globos azules de tus ojos, y la tierra y los ríos azules de las venas que aprisionan tus brazos.
Hoy no lució la estrella de tus ojos. Náufrago de mí mismo, húmedo del brazo de las ondas, llego a la arena de tu cuerpo en que mi propia voz nombra mi nombre, en que todo es dorado y azul como un día nuevo y como las espigas herméticas, perfectas y calladas.