Imágenes
El sueño permite, sostiene, retiene y saca a luz una extrema fineza de sentimientos morales, a veces incluso metafísicos, el sentido más sutil de las relaciones humanas, de las diferencias refinadas, un sabor de alta civilización, en resumen, una lógica consciente, articulada con una delicadeza inaudita que sólo un vigilante trabajo podría conseguir.
Roland Barthes
Cuando leo, acomodo: no sólo acomodo el cristalino de mis ojos sino también el de mi intelecto, para captar el buen nivel de significación (el que me conviene a mí).
La fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente.
El escritor no saca nada de ella en definitiva: la lengua es para él más bien como una línea cuya transgresión quizá designe una sobrenaturaleza del lenguaje: es el área de una acción, la definición y la espera de un posible.
Es en efecto cuando divulgo lo privado de mí mismo cuando más me expongo: no por el riesgo del escándalo, sino porque así presento mi imaginario en su consistencia más fuerte; y el imaginario es precisamente lo que ofrece un blanco a los otros, lo que no está protegido por ningún vuelco, ninguna dislocación.
En el fondo la fotografía es subversiva, y no cuando asusta, trastorna o incluso estigmatiza, sino cuando es pensativa.
La ausencia amorosa va solamente en un sentido y no puede suponerse sino a partir de quien se queda -y no de quien parte-: yo, siempre presente, no se constituye más que ante tú, siempre ausente.
La fotografía permite cerrar los ojos, los abrimos y sigue ahí, pero el cine no, por eso debe ser silenciosa. En la foto no hay un fuera de campo, lo que ocurre solo ocurre dentro.
La historia es siempre y ante todo una elección y los límites de esa elección.
Como relato (romance, pasión), el amor es una historia que se cumple, en el sentido sagrado: es un programa que debe ser recorrido.
La escritura no es en modo alguno un instrumento de comunicación, no es la vía abierta por donde sólo pasaría una intención del lenguaje. Es todo un desorden que se desliza a través de la palabra y le da ese ansioso movimiento que lo mantiene en un estado de eterno aplazamiento.
Estar con quien se ama y pensar en otra cosa: es de esta manera que tengo los mejores pensamientos, que invento lo mejor y más adecuado para mí trabajo. Ocurre lo mismo con el texto: produce en mí el mejor placer si llega a hacerse escuchar indirectamente, si leyéndolo me siento llevado a levantar la cabeza a menudo, a escuchar otra cosa.
Su relación con el psicoanálisis no es escrupulosa (aunque sin embargo, no puede ufanarse de ninguna impugnación, ningún rechazo). Es una relación indecisa.
A menudo se sentía estúpido: es porque sólo poseía una inteligencia moral (es decir: ni científica, ni política, ni práctica, ni filosófica, etc.).
¿El deseo no es siempre el mismo, esté presente o ausente el objeto? ¿El objeto no está siempre ausente? No es la misma languidez: hay dos palabras: Pothos, para el deseo del ser ausente, e Himeros, más palpitante, para el deseo del ser presente.
La sociedad, según parece, desconfía del sentido puro: quiere sentido pero quiere al mismo tiempo que este sentido esté rodeado por un ruido (como se dice en cibernética) que lo haga menos agudo.