Imágenes
La verdad está en la consistencia, dice Poe (Ettreha). Por tanto, el que no tolera la consistencia se cierra a toda ética de la verdad; abandona la palabra, la proposición, la idea, en cuanto estas cuajan y pasan al estado sólido, de estereotipo (stereos quiere decir sólido).
Roland Barthes
El texto es (debería ser) esa persona audaz que muestra su trasero al Padre Político.
En realidad, poco me importan mis oportunidades de ser realmente colmado. Sólo brilla, indestructible, la voluntad de saciedad. Por esta voluntad, me abandono: forma en mí la utopía de un sujeto sustraído al rechazo: soy ya ese sujeto.
El ser amado es reconocido por el sujeto amoroso como átopos, es decir como inclasificable, de una originalidad imprevisible. Es átopos el otro que amo y que me fascina. No puedo clasificarlo puesto que es precisamente el único, la imagen singular que ha venido milagrosamente a responder a la especificidad de mi deseo. Es la figura de mi verdad.
La espera es un encantamiento: recibí la orden de no moverme. La espera de una llamada telefónica se teje así de interdicciones minúsculas, al infinito, hasta lo inconfesable: me privo de salir de la pieza, de ir al lavabo, de hablar por teléfono incluso; sufro si me telefonean; me enloquece pensar que a tal hora cercana será necesario que yo salga, arriesgándome así a perder el llamado.
En un primer tiempo, la fotografía, para sorprender, fotografía lo notable; pero muy pronto, por una reacción conocida, decreta notable lo que ella misma fotografía. El cualquier cosa se convierte entonces en el colmo sofisticado del valor.
La vida privada no es más que esa zona del espacio, del tiempo, en la que no soy una imagen, un objeto.
El incidente es para mí un signo, no un indicio: el elemento de un sistema, no la eflorescencia de una causalidad.
Soy indefectiblemente yo mismo y es en esto en lo que radica mi estar loco: estoy loco puesto que consisto.
La fotografía, a veces, hace aparecer lo que jamás se percibe en un rostro real (o reflejado en un espejo): un rasgo genético, el pedazo de uno mismo o de un pariente que proviene de un ascendiente. La fotografía ofrece un poco de verdad, con la condición de trocear el cuerpo. Pero dicha verdad no es la del individuo, que sigue siendo irreductible; es la del linaje.
Cuatro imaginarios que se cruzan, se afrontan, se deforman. Ante el objetivo soy a la vez: aquel que creo ser, aquel que quisiera que crean, aquel que el fotógrafo cree que soy y aquel de quien se sirve para exhibir su arte.
A la opinión común no le gusta el lenguaje de los intelectuales. De este modo, a menudo quedó fichado bajo la acusación de emplear una jerga intelectualista. Se sentía entonces objeto de una suerte de racismo: querían excluir su lenguaje, es decir, su cuerpo: no hablas como yo, por tanto, te excluyo.
La película de gánsteres no es emotiva, como podría pensarse, sino más bien intelectual. ¿Julio Verne escritor del viaje? En absoluto, es el escritor del encierro.
A fuerza de mirar, uno se olvida de que puede ser también objeto de miradas.
La fotografía es el advenimiento de yo mismo como otro: una disociación ladina de la conciencia de la identidad.
¿De qué debe ocuparse la lingüística, del mensaje o del lenguaje? Esto en el caso de la veta de sentido tal corno se la extrae. ¿Cómo llamar a esta lingüística verdadera que es la lingüística de la connotación?
La carga moral decidida por la sociedad para todas las transgresiones golpea todavía más hoy la pasión que el sexo. Todo el mundo comprenderá que X... Tenga enormes problemas con su sexualidad; pero nadie se interesará en los que Y... Pueda tener con su sentimentalidad: el amor es obsceno en que precisamente pone lo sentimental en el lugar de lo sexual.
Lo que libera a la metáfora, al símbolo, al emblema de la manía poética, lo que manifiesta la fuerza de la subversión, es el disparate, ese atolondramiento que Fourier supo poner en sus ejemplos, desdeñando todo decoro retórico. El porvenir lógico de la metáfora sería pues el gag.
Ficción: delgado desasimiento, delgada despegadura que forma un cuadro completo, coloreado, como una calcomanía.
Las divisiones de la relación social existen de veras, son reales, él no las niega y escucha con confianza a todos los que (muy numerosos) hablan de ellas; pero para él, y sin duda porque fetichiza un tanto el lenguaje, estas divisiones reales quedan absorbidas por su forma interlocutiva: es la interlocución lo que está dividido, alienado: vive así toda la relación social en términos de lenguaje.
La cámara oscura debe ser llamada lúcida, pues esta muestra, incluso enseña rasgos de una persona que al natural no encontramos.
Lo político es, subjetivamente, una fuente continua de aburrimiento y o de goce; es además y de hecho (es decir, a pesar de las arrogancias del sujeto político), un espacio obstinadamente polisémico, el sitio privilegiado de una interpretación perpetua (que si es lo bastante sistemática, no será nunca desmentida, hasta el infinito).
La fotografía siempre necesita una máscara de lo puro, pues por norma general, nadie quiere ver la realidad en sentido puro, siempre es mucho mejor rodearlo todo de ruido para ocultar ciertas cosas.
Tolera mal toda imagen de sí mismo, sufre si es nombrado. Considera que la perfección de una relación humana depende de esa vacancia de la imagen: abolir entre los dos, entre el uno y el otro, los adjetivos; una relación que se adjetiva está del lado de la imagen, del lado de la dominación y de la muerte.
Una cortesana dijo a un mandarín: seré tuya si esperas cien noches bajo mi ventana. Y el mandarín esperó, hasta la nonagésimo novena noche, en que tomó el taburete y se fue.
La era de la fotografía corresponde a la irrupción de lo privado en lo público; a la creación de un nuevo valor social como es la publicidad de lo privado.
Sea lo que sea lo que ella ofrezca a la vista y sea cual sea la manera empleada, una foto es siempre invisible: no es a ella a quien vemos.
El texto amoroso está hecho de pequeños narcisismos, de mezquindades psicológicas; carece de grandeza: o su grandeza es la de no poder alcanzar ninguna grandeza. Es pues, el momento imposible en que lo obsceno puede verdaderamente coincidir con la afirmación, el amén, el límite grado de lo obsceno.
Desacreditada por la opinión moderna, la sentimentalidad del amor debe ser asumida por el sujeto amoroso como una fuerte transgresión, que lo deja solo y expuesto; por una inversión de valores, es pues esta sentimentalidad lo que constituye hoy lo obsceno del amor.
Se siente solidario de todo escrito cuyo principio sea que el sujeto no es más que un efecto de lenguaje. Imagina una ciencia muy vasta en cuyo enunciado el sabio terminaría por incluirse finalmente, y que sería la ciencia de los efectos de lenguaje.
Cuando me siento observado por el objetivo, todo cambia: me constituyo en el acto de posar, me fabrico instantáneamente otro cuerpo, me transformo por adelantado en imagen.
Lo que me gusta en un relato no es directamente su contenido ni su estructura sino más bien las rasgaduras que le impongo a su bella envoltura: corro, salto, levanto la cabeza y vuelvo a sumergirme. Nada que ver con el profundo desgarramiento que el texto de goce imprime al lenguaje mismo y no a la simple temporalidad de su lectura.
El aburrimiento no está lejos del goce: es el goce visto desde las costas del placer.
Estrechez de espíritu: en realidad no admito nada del otro, no comprendo nada. Todo lo que, del otro, no me concierne, me parece extraño, hostil; experimento entonces respecto de él una mezcla de pavor y de severidad: temo y repruebo al ser amado, desde el momento en que ya no pega con su imagen. Soy solamente liberal: un dogmático doliente, en cierta manera.
El brío del texto (sin el cual en suma no hay texto) sería su voluntad de goce: allí mismo donde excede la demanda, sobrepasa el murmullo y trata de desbordar, de forzar la liberación de los adjetivos - que son las puertas del lenguaje por donde lo ideológico y lo imaginario penetran en grandes oleadas.
No sirve de mucho decir ideología dominante, pues es un pleonasmo: la ideología no es otra cosa que la idea en tanto que domina. Pero yo puedo enriquecerlo subjetivamente y decir: ideología arrogante.
En cuanto se rechaza la alternativa (en cuanto se enturbia el paradigma), comienza la utopía: el sentido y el sexo se convierten en el objeto de un juego libre dentro del cual las formas (polisémicas) y las prácticas (sensuales), liberadas de la prisión binaria, van a ponerse en un escajo de expansión infinita. Así pueden nacer un texto gongorino y una sexualidad dichosa.
La astrología no predice, describe (describe con mucho realismo condiciones sociales).
Tenía la certeza de que me miraba, sin que estuviese seguro de que me viese: distorsión inconcebible: ¿Cómo mirar sin ver? La fotografía separa la atención de la percepción; sólo muestra la primera, aunque es imposible sin la segunda.
¿Para qué sirve la utopía? Para sacar el sentido. Frente al presente, a mi presente, la utopía es un segundo término que permite hacer funcionar el resorte del signo: el discurso sobre lo real se hace posible, salgo de la afasia en que me hunde todo lo que anda mal dentro de mí, en este mundo que es el mío.