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El egoísmo es la propiedad más segura de la vida humana. Gracias a él han conseguido el político, el soldado y el rey ordenar tu mundo con astucia y coacción. Ésa es la melodía de la humanidad; Tú y yo tenemos que reconocerlo. Desterrar la coacción supondría debilitar el orden.
Robert Musil
Anhelaba sentir por fin algo concreto en su interior; necesidades definidas que establecieran una clara distinción entre el bien y el mal, entre lo útil y lo inútil; anhelaba una capacidad de elección aun cuando pudiera equivocarse; es decir, prefería en cualquier caso equivocarse a ir por el mundo sólo con la sensibilidad a flor de piel.
Si se le deja a uno hacer lo que quiere terminará perdiendo la cabeza.
Ahora no sé nada de enigmas. Las cosas suceden; he aquí la suprema sabiduría.
Pero si se da un sentido de la realidad, y nadie dudará que tiene su razón de ser, se tiene que dar también algo a lo que se pueda llamar sentido de la posibilidad.
Un elevado conocimiento está sólo a medias en el círculo luminoso del intelecto; la otra mitad tiene sus raíces en el oscuro suelo de lo más recóndito; de suerte que un gran conocimiento es ante todo un estado de ánimo y sólo en su punta más exterior está el pensamiento, como una flor.
Ninguna frontera tiene más al contrabando que la de la edad.
Nos lanzamos de rodillas en el subsuelo del tiempo y creemos pertenecer al presente.
Como alma noble, no conocía la ley de la causa, según la cual el hombre se conduce en la vida privada de distinto modo que en su vida profesional. No sabía que los políticos, después de haberse llamado mutuamente en la sala de juntas canallas e impostores, se reúnen amigablemente a desayunar en el bar.
Un hombre que quiere la verdad se hace científico; un hombre que quiere dar libre juego a su subjetividad se hace, posiblemente, escritor; pero, ¿Qué debe hacer un hombre que quiera algo de intermedio entre los dos?
No me interesa la explicación real de los acontecimientos reales. Tengo una pésima memoria. Por lo demás, los hechos son siempre intercambiables. Me interesa el momento imaginativo, quiero decir: lo fantasmal de los acontecimientos.
Dos mil hombres condenaron a muerte a vuestro amigo Moosbrugger porque ellos no lo van a ejecutar con sus propias manos.
En el campo -seguía pensando-, los dioses se acercan a los hombres, uno es algo y vive su vida; no obstante, en la ciudad, donde tienen lugar miles de acontecimientos más, nadie es ya capaz de relacionarse con ellos: así comienza la célebre abstracción de la vida.
Pretendía, al parecer, que su delito fuera considerado como crimen político, y a veces daba la impresión de no luchar para sí, sino para la organización jurídica. La táctica que el juez oponía era la de costumbre: ver en todas las acciones del asesino esfuerzos torpes y astutos para eximirse de responsabilidad.
En toda profesión que se ejerce, no por lucro, sino por ideal, llega un momento en que el correr de los años le parece a uno no conducir a nada.
Mi andadura: la de un hombre que no está de acuerdo consigo mismo.
Un político, que extermina hombres para ascender, es considerado, según su éxito, como un facineroso o como un héroe.
Tales hombres de la posibilidad viven, como se suele decir, en una tesitura más sutil, etérea, ilusoria, fantasmagórica y subjuntiva.
Cuando uno ama, todo es amor, aunque vaya unido al dolor y al aborrecimiento.
La realidad es la que despierta las posibilidades; nada sería tan absurdo como negarlo. No obstante, en el total o en el promedio permanecerán siempre las mismas posibilidades y se repetirán hasta que venga uno al que las cosas reales no le interesen más que las imaginarias. Éste es el que da a las nuevas posibilidades su sentido y su fin y el que las inspira.
Usted quiere que yo posea cualidades que no puedo tener, y hacer cosas que me son imposibles de alcanzar.
En una colectividad todo camino conduce a un buen fin, si no se titubea y reflexiona demasiado.
Porque un objeto desentrañado pierde de golpe su volumen y se reduce a un concepto.
Todo lo que se piensa, es afecto o aversión.
Porque sólo los locos, los desequilibrados y los maniáticos pueden resistir largo tiempo al fuego del entusiasmo; el hombre sano debe contentarse con declarar que, sin una chispa de este misterioso fuego, la vida no vale la pena vivirse.
Quizá esto no aparezca tan claro al escribir, pues entonces siempre se alcanza algún resultado debido al talento y a la práctica, lo cual deja muy atrás su procedencia; pero en la lectura se revela inequívoco. Hoy día casi nadie lee; todos se sirven del escritor únicamente para descargar en él, de un modo perverso, los propios excedentes bajo forma de aceptación o repudio.
Se había acostumbrado a depositar esperanzas en descubrimientos misteriosos y extraordinarios, y por eso se había metido por los callejones estrechos y retorcidos de la sensualidad. No por una perversión, sino movido por una situación espiritual todavía desprovista de meta.
Lo que ocurre realmente es trivial al lado de lo que pudiera ocurrir.