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Por aquella época yo era todo un degustador de religiones: las probaba todas y no me tragaba ninguna, un poco como el Adolphus de Major Barbara (La comandante Bárbara) de Bernard Shaw.
Robert Anton Wilson
Es una extraña coincidencia que dos mentirosos inventen independientemente la misma mentira.
Lo que he estado diciendo -el meollo de este libro- se puede resumir en dos sencillas normas:
Cuando el dogma entra en el cerebro, cesa toda actividad intelectual.
Toda creencia encarcela.
Como dijo Brad Steiger, los manicomios están llenos de gente que emprendió alegremente el estudio de lo oculto sin tener verdadero control sobre lo común y corriente.
El mundo no está gobernado por hechos objetivos y lógica sino por sistemas de creencias.
El secreto de los Illuminati es que no sabes que eres miembro hasta que es demasiado tarde para salirse.
Estoy de acuerdo con H. L. Mencken cuando dice que no es monoteísta porque le parece que el mundo está diseñado por un comité.
Cuando se investigan conspiraciones ocultas a veces uno se encuentra en encrucijadas de proporciones míticas (por ejemplo la Capilla Peligrosa) y se sale de ellas o paranoico o agnóstico. No hay tercera vía. Yo me convertí en agnóstico.
A los suicidas les encantan los puentes: es la salida más espectacular de este Teatro de Locos.
La inteligencia evoluciona cuando lo oculto y lo mágico se convierten en objetivo científico.
Dios mío, ¿es que no soy capaz de inventarme una fantasía paranoica tan absurda que no contenga algo de verdad?
Si no se mantiene un cierto grado de zeteticismo con respecto a las ideas, por seductoras que sean, sucumbiremos a la hipnosis, como sucumbí yo cuando me metieron en un colegio católico para que formaran las monjas.
Orwell tenía razón: el verdadero totalitarismo parece exactamente una parodia de sí mismo.