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Brazo y cerebro, no acierto a verlos escindidos. Donde se trabaja, se piensa.
Ricardo Mella
Quien dice ley, dice limitación; quien dice limitación, dice falta de libertad. Esto es axiomático.
Los que fían a la reforma de la leyes el mejoramiento de la vida y pretenden por ese medio un aumento de libertad, carecen de lógica o mienten lo que no creen.
Es menester que vivamos de nosotros mismos, que cada uno encuentre en sí mismo la razón de su vida, de su fuerza, de su acción. Las ideas iluminan; los hechos emancipan.
Las revoluciones ni se hacen con programas, ni a plazo fijo, ni con límites preconcebidos.
Natura no distingue de sabios e ignorantes. Ante ella no hay más que animales que comen y defecan.
El imperio de los mediocres acabará con el vencimiento de la burguesía. Entre tanto será inútil disputarles el dominio del mundo.
Los contrasentidos de la civilización durarán lo que dure la inconsciencia de las multitudes. Nos parece que los tiempos actuales, no obstante la recrudescencia de todas las barbaries históricas, están gritando que la inconsciencia acaba.
¿Quieres cultura, libertad, igualdad, justicia? Pues ve y conquístalas, no quieras que otros vengan a dártelas. La fuerza que tú no tengas, siéndolo todo, no la tendrán unos cuantos, pequeña parte de ti mismo. Ese milagro de la política no se ha realizado nunca, no se realizará jamás. Tu emancipación será tu obra misma, o no te emanciparás en todos los siglos de los siglos.
La distinción de brazo y cerebro es un comodín de la burguesía para mantener disimuladamente en servidumbre perpetua al que trabaja.
No pensemos como viejos creyentes que lloran ante el ídolo que se derrumba.
Quien no se haya emancipado por él mismo quedará rezagado con el movimiento actual y será en vano que busque redentores. Morirá esclavo.
De la ruda labor del brazo vivimos todos, los ignorantes y los sabios. De la cómoda labor de éstos, vive el que puede. No llegan los frutos de su ciencia a la multitud ineducada y zafia; no llegan sus espléndidas luces al fondo del pozo minero, al antro industrial, a la covacha miserable del asalariado.
Cuando cada uno sepa ser su dios, su rey, su todo, será el momento de la conciliación humana.