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Consideramos beneficiosa la elección de un mal si es menor que otro.
Ricardo García Damborenea
Las figuras son los cauces de la expresión oral, como los gestos lo son de la expresión facial.
Si razonar es muy importante debiéramos conceder la misma importancia a razonar bien, pero no ocurre así.
Aprendemos a razonar del mismo modo que aprendemos a hablar: por imitación.
Sin duda, es más importante el fondo del discurso que la forma, pero si no se cuida la forma, nadie se fijará en el fondo.
Necesitamos estudiar, sobre todo, para evitar los fallos propios y no imitar los ajenos, porque nacemos con más disposición para equivocarnos que para acertar.
De gustos no hay nada escrito, y menos hoy cuando el arte contemporáneo, tras repudiar a la belleza, ha contraído segundas nupcias con la filosofía y busca su justificación en miríficos folletos explicativos, o más simplemente, en el argumento de autoridad (de un crítico o de un mercader).
Si un político, un comerciante o un enamorado argumentaran con el formalismo de la lógica académica, perderían el debate, el cliente y la novia.
Nuestra estimación de lo posible está muy ligada a la existencia de la ocasión, esto es, a la oportunidad de tiempo o de lugar para hacer o conseguir algo.
El orador debe adaptarse al terreno y, aunque evite la vulgaridad, expresarse como el vulgo.
Esto de bautizar las cosas sin modificar la realidad conforma el primer paso para engañar al pueblo en todas las revoluciones.
Adquiere más fuerza la descripción cuando todos los verbos están en tiempopresente, como si los hechos transcurrieran ante nosotros.
En las valoraciones nadie puede enarbolar la verdad, esto es, nadie puede alegar una razón irrefutable.
El principal recurso del orador político no son las pruebas ni los argumentos, como en un juicio o en una conferencia, sino las emociones.
Todo el mundo sabe argumentar mejor o peor. Se aprende con el habla y la socialización.
No es posible discutir con sentido la valoración de algo cuya existencia no está razonablemente admitida.
Hay pocas personas justas porque hay pocas personas dispuestas a dar a cada uno lo que le corresponde.
El aborto es un infanticidio. ¿Quién querría pasar por infanticida?
Suele ocurrir que el que habla primero apela al medio de desnaturalizar la cuestión para mirarla bajo el aspecto que más le conviene.
Con los terroristas en activo no cabe una negociación digna: o se conserva la dignidad y no se negocia, o se negocia y se pierde la dignidad. Hay que escoger.
Estamos ante cambios graduales. Podemos diferenciar con claridad las posiciones extremas, el principio y el final, pero somos incapaces de señalar el límite donde se inicia el cambio de la una a la otra: ¿dónde comienza el montón? Sin duda existe un límite, un umbral más o menos amplio en que se produce el cambio.
El hombre que se puede calentar a buena lumbre y se deja ahumar, y el que puede beber buen vino y lo bebe malo, y el que puede tener buena vestidura y la tiene astrosa, y el que quiere vivirpobre por morirrico; aquel sólo y no otro podremos llamar avaro y mezquino.
El razonamiento es un arte que requiere poco aprendizaje.
La experiencia cotidiana muestra la facilidad con que nos enzarzamos en disputas mal establecidas.
No es posible que se altere el orden natural de las cosas sin que exista un motivo o una causa.
Tal vez seamos incapaces de hallar la verdad, pero sabemos que existe una verdad.
No se hacen las cosas cuando se quiere, sino cuando se puede.
Lo llamativo es que ni siquiera somos conscientes de nuestra indigencia lógica.