Frases de Pedro Salinas

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En esta luz del poema, todo, desde el más nocturno beso al cenital esplendor, todo está mucho más claro.

Dentro del hombre ni esperanza empuja ni memoria sujeta.

Cada beso perfecto aparta el tiempo, le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve donde puede besarse todavía...

Largos goces iniciados, caricias no terminadas, como si aun no se supiera en qué lugar de los cuerpos el acariciar se acaba, y anduviéramos buscándolo, en lento encanto, sin ansia.

Te quiero así inocente, toda ajena, palpitante en lo que está fuera de ti, tus ojos proclamando las vívidas verdades de colores de la noche.

Te besé en los labios. Densos, rojos. Fue un beso tan corto, que duró más que un relámpago, que un milagro, más. El tiempo después de dártelo no lo quise para nada ya, para nada lo había querido antes.

Es que quiero sacar de ti tu mejor tú. Ese que no te viste y que yo veo, nadador por tu fondo, preciosísimo.

Esta noche te cruzan verdes, rojas, azules, rapidísimas luces extrañas por los ojos. ¿Será tu alma?

Tú vives siempre en tus actos. Con la punta de tus dedos pulsas el mundo, le arrancas auroras, triunfos, colores, alegrías: es tu música. La vida es lo que tú tocas.

Y mientras siguen dando vueltas y vueltas, entregándose, engañándose, tus rostros, tus caprichos y tus besos, tus delicias volubles, tus contactos rápidos con el mundo, haber llegado yo al centro puro, inmóvil, de ti misma, y verte cómo cambias, y lo llamas vivir, en todo, en todo si, menos en mí, dónde te sobrevives.

En el diálogo, el hombre habla al interlocutor y a sí mismo; se vive en la doble dimensión de su intimidad y del mundo, y las mismas palabras le sirven para adentrarse en su conciencia, y para entregarla a los demás.

La quiero para soltarla, solamente. No tengo cárcel para ti en mi ser. Tu libertad te guarda para mí. La soltaré otra vez, y por el cielo, por el mar, por el tiempo, veré cómo se marcha hacia su sino. Si su sino soy yo, te está esperando.

Ahora te quiero, como el mar quiere a su agua: desde fuera, por arriba, haciéndose sin parar con ella tormentas, fugas, albergues, descansos, calmas.

Tu presencia y tu ausencia sombra son una de otra, sombras me dan y quitan.

Posesión de tu nombre, sola que tú permites, felicidad, alma sin cuerpo. Tu presencia y tu ausencia sombra son una de otra.

Lo que eres me distrae de lo que dices.

En la noche y la trasnoche, y el amor y el transamor, ya cambiados en horizontes finales, tú y yo, de nosotros mismos.

Jamás palabras, abrazos, me dirán que tú existías, que me quisiste: Jamás. Me lo dicen hojas blancas, mapas, augurios, teléfonos; tú, no. Y estoy abrazado a ti sin preguntarte, de miedo a que no sea verdad que tú vives y me quieres. Y estoy abrazado a ti sin mirar y sin tocarte. No vaya a ser que descubra con preguntas, con caricias, esa soledad inmensa de quererte sólo yo.

El individuo se posee a sí mismo, se conoce, expresando lo que lleva dentro, y esa expresión solo se cumple por el medio del lenguaje.

Los poetas pueden definirse como los seres que saben decir mejor que nadie dónde les duele.

Sé que cuando te llame entre todas las gentes del mundo, sólo tú serás tú.

Cuando tú me elegiste -el amor eligió- salí del gran anónimo de todos, de la nada.

No había que buscar: tu sueño era mi sueño.

No me fío de la rosa de papel, tantas veces que la hice yo con mis manos. Ni me fío de la otra rosa verdadera, hija del sol y sazón, la prometida del viento. De ti que nunca te hice, de ti que nunca te hicieron, de ti me fío, redondo seguro azar.

Y nunca te equivocaste, más que una vez, una noche que te encaprichó una sombra, la única que te ha gustado. Una sombra parecía. Y la quisiste abrazar. Y era yo.

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