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Amáme, porque, sin ti, nada puedo y nada soy.
Paul Verlaine
Pon tu frente sobre mi frente y tu mano en mi mano. Y hazme los juramentos que romperás mañana. Y lloremos hasta que amanezca, mi pequeña fogosa.
Que tu verso sea la buena ventura esparcida al viento crispado de la mañana que va floreciendo menta y tomillo... Y todo lo demás es literatura.
Y tan profunda es mi fe y tanto eres para mí, que en todo lo que yo creo sólo vivo para ti.
La música ante todo.
Y es así de todos el peor dolor no saber por qué sin amor y sin rencor mi corazón tanto pena.
La felicidad ah caminado codo a codo conmigo; pero la fatalidad en absoluto conoce tregua: el gusano esta en el fruto, el despertar en el sueño, y el remordimiento está en el amor: tal es la ley. La felicidad ha caminado codo a codo conmigo.
Junta tu frente a la mía y enlaza tu mano, y haz juramentos que mañana ya habrás roto.
El invierno ha cesado: la luz es tibia y danza, del sol al firmamento claro. Es menester que el corazón más triste ceda a la inmensa alegría dispersa en el aire.
Llora sin razón en este corazón que se descorazona ¡Qué! ¿Ninguna traición? Este duelo es sin razón.
Tú crees en el ron del café, en los presagios, y crees en el juego; yo no creo más que en tus ojos azulados.
Abre tu alma y tu oído al son de mi mandolina: para ti he hecho, para ti, esta canción cruel y zalamera.
La vidahumilde, en trabajos enojosos y fáciles, es una labor selecta, que requiere mucho amor.
La suprema venganza está en tener cierto aire de indulgencia ¡castigadme sin demasiada justicia!
En mi pecho reclina tu cabeza galana; júrame dulces cosas que olvidarás mañana y hasta el alba lloremos, mi pequeña fogosa.
¡La música ante todo, siempre música!
Evocando el pasado y los días lejanos lloraré.
Dices que se desborda tu loco corazón y que grita en tu sangre la más loca pasión; deja que clarinee la fiera voluptuosa.
El que vea una luz en la oscuridad de mi corazón que prenda una vela.
¡Ah, qué perfumadas son las primeras flores y qué sonido, qué murmullo encantador el primer si que sale de los labios bienarmados!
Imaginaos un jardín de Lenôtre correcto, ridículo y encantador.
Sueño a menudo un sueño sencillo y penetrante de una mujer ignota que adoro y que me adora, que, siendo igual, es siempre distinta a cada hora y que las huellas sigue de mi existencia errante.
La independencia siempre fue mi deseo; la dependencia siempre fue mi destino.
Soñé contigo esta noche: te desfallecías de mil maneras Y murmurabas tantas cosas... Y yo, así como se saborea una fruta te besaba con toda la boca.
Toma la elocuencia y tuércele el cuello.
Incluso este París fastidioso y enfermo parece acoger a los jóvenes soles, y como con un inmenso abrazo tiende los mil brazos de sus tejados colorados.
Y tú, querida, por tu parte, qué cintura, qué aliento y qué elasticidad de gacela... Al despertar fue, en tus brazos, pero más aguda y más perfecta, ¡Exactamente la misma fiesta!
Las lágrimas caen en el corazón como la lluvia en el pueblo.
Deja en su musgo errar mis dedos, ahí donde brilla el botón de rosa: déjame, entre la hierba clara, beber las gotas de rocío, ahí donde la tierna flor está rociada; para que el placer, amada mía, ilumine tu frente cándida como, al alba, el azul tímido.
Es menester que te dejes llevar por cierto descuido en la elección de tus palabras: nada más placentero que una canción gris, donde se mezcla lo indeciso a lo preciso.
Tú crees en un vago y quimérico Dios, o en un santo especial, y, para curar males, en alguna oración. Más yo creo en las horas azules y rosadas que tú a mí me procuras y en voluptuosidades de hermosas noches blancas. Y tan profunda es mi fe y tanto eres para mí, que en todo lo que yo creo sólo vivo para ti.
El poeta es un loco perdido en la aventura.
Tembloroso recuerdo esta huida del tiempo que se fue.
Encantadora mía, ten dulzura, dulzura... Calma un poco, oh fogosa, tu fiebre pasional; la amante, a veces, debe tener una hora pura y amarnos con un suave cariño fraternal.
Sus cortas telas de seda, sus largas faldas de cola, su elegancia, su alegría, y sus blandas y azules sombras, giran en el torbellino del éxtasis de una luna gris y rosa, y la mandolina murmura en los temblores de la brisa.
Cuando en mis sienes calme la divina tormenta, reclinaré, jugando con tus bucles espesos, sobre tu núbil seno mi frente soñolienta, sonora con el ritmo de tus últimos besos.
¡Huye lo más lejos de punta asesina, del espíritu cruel y de la risa impura que hacen llorar los ojos del azur con todo ese ajo de barata cocina!
Los sollozos más hondos del violín del otoño son igual que una herida en el alma de congojas extrañas sin final.
Dulzura, dulzura, dulzura.
¡Que venga el verano! ¡Que vengan de nuevo el otoño y el invierno! ¡Cada estación me será encantadora, oh tú, que decoras esta fantasía y esta razón!