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El olor de los seres humanos es siempre un aroma carnal y por lo tanto pecaminoso.
Patrick Süskind
En su interior había paz; nada bullía ni ejercía presión. En su alma volvía a reinar la acostumbrada noche fría que necesitaba para que su conciencia estuviera clara y tersa y pudiera asomarse hacia fuera: allí olió su perfume.
Sólo había una cosa que el perfume no podía hacer. No le podría convertirse en una persona que podía amar y ser amado como todos los demás. Así, al infierno con él, pensó. Al diablo con el mundo. Con el perfume. Con el mismo.
Exactamente lo que se supone que ocurre a los hombres en el llamado amor a primera vista, cuando sienten de pronto que una mujer desconocida hasta ahora es la mujer de su vida y permanecerán a su lado hasta el fin de sus días.
El mayor coto de olores del mundo le abría sus puertas: la ciudad de París.
El sufrimiento incluso le gustaba, porque justificaba y atizaba su odio y su cólera y el odio y la cólera atizaban a su vez el sufrimiento al calentar más su sangre y enviar nuevas oleadas de sudor a los poros de la piel.
Hay preguntas que se contestan negativamente a sí mismas por el mero hecho de formularlas. Y hay ruegos cuya completa inutilidad se manifiesta cuando uno los expresa y mira a los ojos a otra persona.
Decían que la atención de un vigilante disminuía cuando estaba demasiado tiempo de servicio en el mismo lugar; su percepción de los sucesos del entorno se embotaba: se volvía perezoso, descuidado y, por lo tanto, inservible para sus tareas...
Hay en el perfume una fuerza de persuasión más fuerte que las palabras, el destello de las miradas, los sentimientos y la voluntad. La fuerza de persuasión del perfume no se puede contrarrestar, nos invade como el aire invade nuestros pulmones, nos llena, nos satura, no existe ningún remedio contra ella.
Cuando por fin se atrevieron, con disimulo al principio y después con total franqueza, tuvieron que sonreír. Estaban extraordinariamente orgullosos. Por primera vez habían hecho algo por amor.
No, realmente no se nace para contrabajo. El camino que lleva hasta este instrumento está lleno de rodeos, casualidades y desengaños. Puedo decirle que de los ocho contrabajos de la orquesta nacional, no hay ni uno solo a quien la vida no haya zarandeado y en cuyo rostro no queden huellas de los golpes que de ella ha recibido.
No brillaba ninguna chispa de locura en sus ojos ni desfiguraba su rostro ninguna mueca de demencia. No estaba loco. Su estado de ánimo era tan claro y alegre que se preguntó por qué loquería. Y se dijo que lo quería porque era absolutamente malvado. Y sonrió al pensarlo, muy contento. Parecía muy inocente, como cualquier hombre feliz.
Y supo de repente que jamás encontraría satisfacción en el amor, sino en el odio, en odiar y ser odiado.
A mí no me miran tantos ni en toda una temporada.
Y lo espantoso era que Grenouille, aunque reconocía este olor como el suyo, no podía olerlo. No podía, ni siquiera ahogándose en el propio olor, ¡Olerse a sí mismo!
No cabía duda de que era bueno que este mundo exterior existiese, aunque sólo le sirviera de lugar de refugio.
El perfume vive en el tiempo; tiene su juventud, su madurez y su vejez.
Porque el contrabajo es arcaico, si usted comprende lo que quiero decir... Y sólo así es posible la música, porque en esta tensión que abarca de aquí para allí y de arriba abajo, acontece todo cuanto tiene sentido en la música, se engendra el sentido y la vida musical, la vida, en definitiva.
Quien dominaba los olores, dominaba el corazón de los hombres.
Todo lo que componía una gran fragancia, un perfume: delicadeza, fuerza, duración, variedad y una belleza abrumadora e irresistible. Había encontrado la brújula de su vida futura.
Porque aquí, en la tumba, era donde vivía de verdad, es decir, pasaba sentado más de veinte horas diarias sobre la manta de caballerías en una oscuridad total, un silencio total y una inmovilidad total, en el extremo del pétreo pasillo, con la espalda apoyada contra la piedra y los hombros embutidos entre las rocas, por completo autosuficiente.