Imágenes
Con guantes de operar, hago un pequeño bolo de lodo suburbano. Lo echo a rodar por esas calles: los que se tapen las narices le habrán encontrado carne de su carne.
Pablo Palacio
El naranjo, este naranjo sentimental, bajo la luna quería llorar las noches como los remos al ser levantados sobre el agua: exquisita y romántica sentimentalidad.
Caramba, yo hubiera querido hacer un estudio experimental; pero he visto en los libros que tales estudios tratan sólo de investigar el cómo de las cosas; y entre mi primera idea, que era esta, de reconstrucción y la que averigua las razones que movieron a unos individuos a atacar a otro a puntapiés, más original y beneficiosa para la especie humana me pareció la segunda.
Hay que salir y gozar del buen tiempo: gargarismos musicales de los canarios; sombras de las figuras geométricas de Picasso que ensamblan en los cuerpos como una vida en otra vida; muchacha estilo Chagall, que se escarba las narices con el índice.
Es un ser vivo a quien busco aquí, en las tinieblas. La idea de encontrarlo me hace correr el frío de espanto y batir el corazón de alegría.
Aquí, colgado en el bosque. El mundo va haciendo el tiempo: su corteza se arruga como piel de elefante: sobre la piel, gusanillos y gusanillos. Los gusanillos van haciendo el tiempo: es su espíritu el que se encoge como una uva que se seca. Amor, odio, risa. He perdido la medida: ya no soy un hombre: soy un muerto.
Lo malo está en que nuestra admiración es improductiva y en que si nos dedicamos a revocar lo que se cae, a hacer la limpieza de lo que construyeron, seremos ridículos ante nuestros hijos.
Porque la amaba estrepitosamente y la amo todavía, como se ama el retrato desteñido de la madre desconocida o el cacharro roto.
Me han dicho que la deducción es un modo de investigar que parte de lo más conocido a lo menos conocido. Buen método: lo confieso. Pero yo sabía muy poco del asunto y había que pasar la hoja. La inducción es algo maravilloso. Parte de lo menos conocido a lo más conocido...
Y la soledad trae la amargura, de cara estirada, rectangular, con un raro mechón de cabellos sobre la frente.
Tú eres la única mujer a quien amo. Tú estás aquí dentro de mi pensamiento a todas horas. Tu recuerdo es un volumen que está constantemente deteniéndolo todo para ser lo único o es un perfume penetrante que tiene todas las afinidades y que se escurre y vuela y se introduce en los más escondidos reductos y anega cada uno de mis sentimientos.
En los de la alcoba: a cada uno una punzada en el coxis y vehemente deseo de mirarse el coxis, de lamerse el coxis. Una contorsión del cuello y el seguir vertiginoso de la cabeza a la curva del cuerpo, sobre manos y pies, en movimiento centrípeto, mientras los vestidos se esfumaban y una curiosa prolongación, arqueada y móvil, les nacía del coxis.
He visto también la imprescindible complicación amorosa de un tercero; pero no estando mi espíritu apto para la intriga, me imagino este principio de amor un final de film que prolongará en los buenos espíritus la idea de la felicidad.
Veo un muro gris, un serio muro gris en el que el sol viene a pegarse como una estampilla la mitad del año, como una araña achatada, como una pasta amarilla que a la tarde se envuelve apergaminada hacia arriba. Veo también una pequeña ventana y en ella una cabeza enmarañada, sin peinarse y sin cuerpo, desnivelada al filo de una batiente abierta, con la mirada puesta lejos como hacia adentro.