Imágenes
Solo los dioses son reales.
Neil Richard Gaiman
La belleza está en el ojo del que mira.
No había luna, pero el cielo nocturno era un tumulto de rutilantes estrellas de otoño.
Los libros fueron mis maestros y mis consejeros.
Cuando algo importa de verdad, es mejor encargarse personalmente de ello.
En definitiva eres lo que los demás creen que eres.
El miedo es contagioso. Y a veces basta con que alguien diga que tiene miedo para que éste se vuelva real.
Dicen que el espíritu más orgulloso puede ser roto... con amor.
A veces, el camino más rápido es el más largo.
Para sobrevivir debes creer.
Odiamos al pecado, pero amamos al pecador.
Los adultos siguen caminos. Los niños exploran.
Y luego solo quedan los recuerdos. Y estos se desvanecen y se mezclan...
Debe de ser muy agradable pertenecer a algún lugar, un sitio al que poder llamas hogar.
Hay quien piensa que la costumbre que tienen los gatos de jugar con su presa es misericordiosa. Al fin y al cabo, permite que el bocadillo corretee y, de vez en cuando, escape. ¿Cuántas veces has dejado escapar tu comida?
No quiero tener todo lo que deseo. Nadie lo quiere, no de verdad. ¿Dónde estaría la gracia si tuviese todo lo que quiero así como así? Es eso y nada más, ¿y después qué?
Me sentía más seguro en compañía de un libro que de otras personas.
¡El consejo es a un poeta lo que la cordialidad es a un rey!
El tesoro del sol. Está ahí cuando sale el arcoíris. Está ahí cuando se produce un eclipse o se desencadena una tormenta.
A veces los recuerdos de la infancia quedan cubiertos u oscurecidos por las cosas que sucedieron después, como juguetes olvidados en el fondo del armario de un adulto, pero nunca se borran del todo.
Los cuentos de hadas son más que ciertos: no porque nos dicen que los dragones existen, sino porque nos dicen que los dragones pueden ser derrotados.
El que pierde el paso, pierde la compañía.
Tienes buen corazón. A veces eso es suficiente para mantenerte a salvo allá donde vayas.
En los negocios, la confianza entre ambas partes es esencial.
La ingratitud de una hija es más punzante que el diente de un reptil.
Daba la sensación de que no eran las luces las que se apagaban, sino que era la oscuridad la que se encendía.