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Aprende de mí, sino por mis preceptos, al menos por mi ejemplo, lo peligroso que es la adquisición de conocimientos.
Mary Shelley
Nada causa tanto pesar al espíritu humano como el que, después de una rápida sucesión de acontecimientos que le llevan a un estado de congoja, se sucedan la mortal calma de la inacción y la certeza de lo irremediable, condiciones que le privan de experimentar tanto el miedo como la esperanza.
Pero el pensamiento trajo poder y conocimiento y, ataviada con ellos, la raza del hombre asumió dignidad y autoridad.
¡Gozosa, gozosa tierra!, digna morada de los dioses y que aún ayer aparecía insana, húmeda y desolada. Este resurgimiento de la naturaleza me elevó el espíritu; el pasado se me borró de la memoria, el presente era tranquilo y el futuro me daba esperanza y promesas de alegría.
Varios sucesos de la misma índole terminaron por avivar la naturaleza fiera de los irlandeses, que atacaron a los invasores. Algunos murieron, pero en su mayor parte escaparon gracias a acciones rápidas y ordenadas.
Cuando la mentira se parece tanto a la verdad, ¿Quién puede creer en la felicidad? Me parece estar andando por el borde de un precipicio, hacia el cual se dirigen miles de seres que intentan arrojarme al vacío.
Los jueces prefieren condenar a diez inocentes antes que permitir que quede un culpable sin castigo.
El lobo se vestía con piel de cordero y el rebaño consentía el engaño.
La noche negra lo confundía todo y apenas discerníamos las crestas de las olas asesinas, excepto cuando los relámpagos creaban un breve mediodía y se bebían la tiniebla, mostrándonos el peligro que nos acechaba, antes de devolvernos a una oscuridad duplicada.
La elegancia es inferior a la virtud.
El gesto contrariado, la mirada perdida, ponían en su rostro una mezcla de cobardía y temor.
Aunque sea sólo un cúmulo de infelicidad, la vida me es querida y la defenderé.
Entre la raza de los hombres independientes, generosos y cultivados, en un país en que la imaginación es emperatriz de las mentes de los hombres, no ha de temerse que queramos una sucesión perpetua de nobles y personas de alcurnia.
¡Con qué facilidad varían nuestros sentimientos y qué extrañamente nos aferramos a la vida en momentos de desesperación!
El ser humano que quiere alcanzar la perfección debe mantener la serenidad y la calma, sin permitir que una pasión o un deseo circunstancial se entrometa en su espíritu.
Dirijámonos a las soleadas llanuras de Italia. El invierno llegará pronto y vestirá estos parajes indómitos de una doble desolación. Pero nosotros cruzaremos estas áridas cumbres y la llevaremos a escenarios de fertilidad y belleza en los que su camino se verá adornado con flores y el ambiente alegre le inspirará placer y esperanza.
Mortal, podrás odiar, pero ¡Ten cuidado! Pasarás tus horas preso de terror y tristeza, y pronto caerá sobre ti el golpe que te ha de robar para siempre la felicidad.
La naturaleza, nuestra madre, nuestra amiga, volvía hacia nosotros su rostro amenazante. Nos demostraba sencillamente que, aunque nos permitía asignarle leyes y someter sus poderes aparentes, ella, moviendo apenas un dedo, podía hacernos temblar.
Te juro que hubiera preferido permanecer siempre en la ignorancia. Antes eso que descubrir la ingratitud y la depravación de una persona tan querida por mí.
Tenía el oscuro presentimiento de que aún no había concluido todo y de que pronto cometería de nuevo algún crimen espantoso, que borraría con su magnitud el recuerdo de su anterior delito.
Puedes figurarte -me dijo- lo difícil que me ha resultado persuadir a mi padre de que no todo el saber está incluido en el noble arte de la contabilidad.
¿Acaso piensas que puedes ser feliz mientras yo me arrastro bajo el peso de mi desdicha? Podrás destrozar mis otras pasiones; pero queda mi venganza, una venganza que a partir de ahora me será más querida que la luz o los alimentos.
Mis sueños eran más fantásticos y magníficos que mis escrituras.
Ahora cada vida era una piedra preciosa, cada aliento humano encerraba mucho más valor que la más hermosa de las joyas talladas, y la disminución de almas que se producía día a día, hora a hora, sumía los corazones en la más profunda tristeza.
¿Por qué no he de continuar por estas olas indómitas y a la vez sumisas? ¿Qué podría detener un corazón decidido y la voluntad firme de un hombre?
En fin de cuentas, lo que se me proponía era que cambiase mis quimeras, preñadas de infinita grandeza, por realidades que carecían de valor, por lo menos aparentemente.
Así, soltamos el timón al que tan largo tiempo nos habíamos aferrado y la barca frágil en la que flotábamos pareció, una vez libre de todo gobierno, apresurarse y encarar la proa hacia el oscuro abismo de las olas.
Ten cuidado; pues no conozco el miedo y soy, por tanto, poderoso.
¡Cuánto debilita el sufrimiento la capacidad de sentir!
Estamos ligados por vínculos tenues a la prosperidad o a la ruina.
¿Cómo puedo ser generoso con los demás si los demás se muestran implacables conmigo?
Amo la vida, pese a que no es más que un cúmulo de angustias, y la defenderé.
Hay algo inexplicable que agita mi alma y que no logro comprender.
Nada contribuye a tranquilizar la mente como un propósito firme, un punto en el que pueda el alma fijar sus ojos intelectuales.
Vestía con modestia, pero su actitud la convertía en modelo de gracia.
Nuestros barcos eran, ciertamente, juguete de los vientos y las olas, del mismo modo que Gulliver lo era de los gigantes brobdinagianos, pero nosotros, en nuestra estable morada, quedábamos a salvo de las heridas de aquella naturaleza en erupción.
Los puertos de las desoladas villas marineras del oeste de Irlanda estaban llenos de naves de todos los tamaños, desde el buque de guerra hasta la pequeña barca de pescadores, que, varada sin tripulación, se pudría a la orilla del mar.
Su desbordante y entusiasta imaginación se veía matizada por la gran sensibilidad de su espíritu. Su corazón rezumaba afecto, y su amistad era de esa naturaleza fiel y maravillosa que la gente de mundo se empeña en hacernos creer que sólo existe en el reino de lo imaginario.
Todos los hombres odian a un ser desgraciado.
Pero descubrió que la vida de un viajero incluye muchos pesares entre sus satisfacciones. El espíritu se encuentra siempre en tensión; y justo cuando empieza a aclimatarse, se ve obligado a cambiar aquello que le interesa por nuevas cosas que atraen su atención y que también abandonará en favor de otras novedades.