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No, no, repito, la castidad no es una virtud, no es más que una convención que tuvo su origen en un refinamiento del libertinaje.
Marqués de Sade
Las hermosas sacerdotisas de Venus, que acudían día tras día a quemar su incienso en los altares del amor, debieron llorar sin duda la demolición de su templo.
Existen, pues, pueblos suficientemente sagaces como para estimar sus placeres más que las insulsas leyes de la población.
Despreciad todas las leyes que os tiranizan; estas leyes son obra de vuestros enemigos, si no es que vosotros mismos las habéis hecho.
Los días, que en un matrimonio por conveniencia sólo traen consigo espinas, hubieran dejado que se abrieran rosas de primavera. Cómo hubiese recogido esos días que ahora aborrezco.
Si la naturaleza ha creado al hombre y a la mujer desnudos, es imposible que éstos sientan aversión entre sí o tengan vergüenza de aparecer uno ante el otro desnudos.
La ley solo existe para los pobres; los ricos y los poderosos la desobedecen cuando quieren, y lo hacen sin recibir castigo porque no hay juez en el mundo que no pueda comprarse con dinero.
Si existe un Dios, ¿qué importa la forma en que los hombres le adoren?
No hay más infierno para el hombre que la estupidez y la maldad de sus semejantes.
La tolerancia es la virtud del débil.
Todo es bueno cuando es excesivo.
La idea de Dios es el único error por el cual no puedo perdonar a la humanidad.
Habrá que demostrar que la virtud no es el sentimiento habitual del hombre, que sólo es el sacrificio forzado, que la obligación de vivir en sociedad le obliga a tener en cuenta consideraciones cuya observancia podrá hacer refluir sobre él una dosis de felicidad que contrabalanceará las privaciones.
Dos seres de sexo diferente, que el instinto del placer los acerca, deben, pues, entregarse a gozar del placer en toda la extensión de que sean capaces, buscando la forma de hacerlo más intenso y mejor, y reírse de lo que se llama las consecuencias, porque estas consecuencias no son en absoluto necesarias.
... cuanto más culto es un individuo, más capaz es de romper todos los frenos, por lo que el hombre culto es más propenso que el inculto a los placeres del libertinaje.
El que se entrega al mal por el mal mismo no actúa por debilidad, sino por fuerza; y de ese modo no lamenta por la mañana los excesos cometidos la noche anterior, sino que se felicita por haberlos cometido. En esta dirección se halla la felicidad, no cabe la menor duda.
¿Acaso pensáis que deseo una esposa para tener una amante legítima?
¡El honor! ¡Cómo es posible que otra persona pueda disponer de nuestro honor! ¿No será acaso esto del honor un medio que los hombres hayan empleado para encadenar a las mujeres más fuertemente a ellos?
No perded de vista jamás que no es la falta lo que pierde a una mujer, sino el escándalo, y que diez millones de crímenes ignorados son menos peligrosos que el más leve tropiezo que salta a los ojos de la gente.
Si la acción es descubierta y castigada, si pensamos bien, no es del mal ocasionado al prójimo de lo que nos arrepentimos, sino de la desgracia que nos ha producido el cometerla y el ser descubierta.
¿Qué influencia puede ejercer sobre mí esta opinión vulgar? Esta opinión no nos afecta sino en razón de nuestra sensibilidad; pero si a fuerza de sabiduría y reflexión, logramos ahogar esta sensibilidad hasta el punto de no sentir sus efectos, incluso en las cosas que nos conciernen más directamente, resultará imposible que la opinión buena o mala de los otros, pueda influir en nuestra felicidad.
Somos seres de perversidad inmensa cada uno de nostros; villanos para quienes no existe más Dios que sus deseos, más leyes que los límites de su resistencia, más cuidados que sus placeres; sin principios, desenfrenados, disolutos, ateos. Indudablemente existen muy pocos excesos que no cometamos.
No conoceríamos esos crímenes que son producto de monstruosos abusos, porque es la ley la que engendra los crímenes, y no existiendo leyes no habría crímenes.
Las pinturas más audaces, las descripciones más osadas, las situaciones más extraordinarias, las máximas más espantosas, las pinceladas más enérgicas tienen el sólo objeto de obtener una de las más sublimes lecciones de moral que el hombre haya recibido nunca.
... creedme, aprovechad vuestra libertad para pasarlo bien, que eso vale mucho más que un solo amante...
Respetemos eternamente el vicio y no combatamos sino la virtud.
Mucho más lo creería si os viera hacer frente a alevosos ataques; la virtud de aquella esposa que no corre nunca el riesgo de ser seducida no es la que sale mejor parada, sino la de esa otra que tan segura se siente de sí misma que, sin temor alguno, se expone a cualquier cosa.
Nada más simple que amar el envilecimiento y encontrar goces en el desprecio.
Una mujer verdaderamente honrada no sólo no debe cometer el mal, sino que tampoco debe levantar sospechas de que lo comete.
¡Fatal ceguera de las pasiones! ¡Le daba las gracias por contribuir a mi perdición, por allanar el camino a los extravíos que iban a llevarme al borde de la sepultura!
El público, que no tiene tiempo de estudiar profundamente a las personas, juzga siempre por las apariencias. Y no es difícil lograr que éstas os favorezcan. Satisfaced, pues, a la gente, a fin de que os ayuden cuando lo necesitéis.
Todas las pasiones tienen dos sentidos, Julieta: uno, muy injusto, en relación con la víctima; el otro, singularmente justo en relación con quien las ejerce.
Únicamente el entusiasmo o la locura pueden determinar que se prefiera un sistema de conjeturas improbables que desesperan a aquel sistema evidente que tranquiliza.
Resulta tan ridículo decir que la castidad es una virtud como afirmar que lo sería privarse de comer.
Habréis multiplicado los bribones de la nación, habréis hecho pérfidas a las esposas, calumniadores a los lacayos, desgraciados a los hijos, habréis duplicado el cúmulo de los vicios y no habréis conseguido que floresca una sola virtud.
Es, sobre una suma de absurdas conjeturas, donde se construye la idea maravillosa e inmortal del alma.
El orden social a cambio de libertad es un mal trato.
¡Cuán preferibles son las palmas de la inmortalidad a los días oscuros y lánguidos que arrastraríamos en la tierra!
¿No sería infinitamente más sencillo, en una acción tan absolutamente indiferente a la sociedad, tan conforme con Dios, y más útil a la naturaleza de lo que pueda creerse, que se dejara a cada cual obrar a su antojo?
El pretendido hilo de fraternidad que debe unir a los hombres sólo puede ser imaginado por el débil, pues no es natural que el fuerte, que no tiene necesidad de nada, haya podido dar existencia a esta fraternidad.