Imágenes
Los tiempos son malos y hay que aprovechar, porque si hay días que nada el pato, hay días que ni agua bebe.
Mariano Azuela
- ¿Por qué pelean ya, Demetrio?
En mis novelas exhibo virtudes y lacras sin paliativos ni exaltaciones, y sin otra intención que la de dar con mayor fidelidad posible una imagen fiel de nuestro pueblo y de lo que somos.
La revolución beneficia al pobre, al ignorante, al que toda su vida ha sido esclavo, a los infelices que ni siquiera saben que si lo son es porque el rico convierte en oro las lágrimas, el sudor y la sangre de los pobres.
El puedo asciende a su conocimiento y, desde ese mismo instante se centuplica.
El paisaje se aclara, el sol asoma en una faja escarlata sobre la diafanidad del cielo.
Los serranos -le dijo con énfasis y solemnidad- son carne de nuestra carne y huesos de nuestros huesos... Os ex osibus meis et caro de carne mea... Los serranos están hechos de nuestra madera... De esta madera firme con la que se fabrican los héroes.
¡Robar a los ricos para hacer ricos a los pobres! Y los pobres le forjan una leyenda que el tiempo se encargará de embellecer para que viva de generación en generación.
¡Pueblo sin ideales, pueblo de tiranos!
Profunda admiración y respeto por lo que encuentro de auténtico en una persona.
¡Qué chasco, amigo mío, si los que venimos a ofrecer todo nuestro entusiasmo, nuestra misma vida por derribar a un miserable asesino, resultásemos los obreros de un enorme pedestal donde pudieran levantarse cien o doscientos mil monstruos de la misma especie! ¡Pueblo sin ideales, pueblo de tiranos! ¡Lástima de sangre!
Yo he querido pelear por la causa santa de los desventurados... Pero ustedes no me entienden... Ustedes me rechazan... ¡Hagan conmigo, pues, lo que gusten!
La revolución es el huracán, y el hombre que se entrega a ella ya no es el hombre, es la miserable hoja seca arrebatada por el vendaval.
Pero a miseria y ruindad de estas gentes constituye propiamente su razón de vivir.
Creí que ustedes aceptarían con gusto al que viene a ofrecerles ayuda, pobre ayuda la mía, pero que sólo a ustedes mismos beneficia... ¿Yo qué me gano con que la revolución triunfe o no?
¡Amo la revolución como amo al volcán que irrumpe! ¡Al volcán porque es volcán; a la revolución porque es revolución! Pero las piedras que quedan arriba o abajo, después del cataclismo, ¿Qué me importan a mí?
Y al pie de una resquebrajadura enorme y suntuosa, como pórtico de vieja catedral, Demetrio Macías, con los ojos fijos para siempre, sigue apuntando con el cañón de su fusil.
El tema del yo robé, aunque parece inagotable, se va extinguiendo cuando en cada banca aparecen tendidos de naipes, que atraen a jefes y oficiales como la luz a los mosquitos.