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No permitamos que el miedo anule nuestra voluntad. El mejor antídoto contra el miedo es la ilusión; el mejor estímulo, la confianza.
María Jesús Álava Reyes
La felicidad depende de nosotros mismos, no de nuestras circunstancias.
Los sentimientos se facilitan, no se imponen. Si alguien ha dejado de sentir amor o afecto, ni debe obligarse a sentirlo, ni podemos exigirle que tenga manifestaciones que no le surgen espontáneamente.
Recordemos que como humanos nos equivocamos y nos seguiremos equivocando, y una parte de nuestra madurez consistirá en aprender de nuestras equivocaciones pasadas y "poner los medios" para que éstas no vuelvan a suceder o se repitan en el futuro.
La diferencia entre una persona que triunfa en su vida y una que fracasa no reside tanto en su potencial intelectual, sino en la capacidad para controlar sus propias emociones y las de las personas que la rodean.
En definitiva, no nos engañemos, que nos sintamos bien o mal depende fundamentalmente de lo que internamente nos estamos diciendo, y este hecho nos lleva a un axioma fundamental: si aprendemos a controlar nuestros pensamientos, controlaremos nuestra vida.
Recriminarnos y traer a la memoria hechos pasados en los que actuamos de forma poco "hábil". La vivencia de esas situaciones sólo nos traerá inseguridad e insatisfacción.
Hemos de encontrar un equilibrio entre lo que debemos hacer, lo que queremos conseguir y lo que nos gustaría realizar.
Una excelente manera de favorecer nuestra felicidad será la aplicación de autorrefuerzos. Todos sabemos que el refuerzo es algo agradable que nos sucede como consecuencia de nuestro comportamiento. Aunque la mayoría de las personas solo conocen un tipo de refuerzo, el positivo, la realidad es que existe también el refuerzo negativo.
Cada instante de tu vida tiene sentido si aprendes de él, y, si lo haces, los siguientes instantes serán más sencillos.
Si consiguiéramos eliminar y superar los problemas de comunicación, habríamos dado un paso vital en nuestro camino hacia la felicidad.
Nos comunicamos con todo nuestro cuerpo, pero parece que sólo estamos atentos a lo que decimos con nuestras palabras.
Hemos de potenciar el equilibrio, la madurez, el autocontrol y desterrar la tiranía, la manipulación, la insolidaridad, el narcisismo, el desequilibrio y la insatisfacción permanente. Porque debemos saber disfrutar de nuestra vida, de esa búsqueda sana y transparente de la felicidad.
Podemos sentirnos bien, aunque la realidad que vivamos sea difícil.
Lo que nos repetimos de forma constante, esas frases interiores que nos formulamos, son las responsables de nuestros estados emotivos.
No nos engañemos: el presente nos pertenece.
Dominar y canalizar el silencio es todo un arte que, bien llevado, consigue transmitir sin interferencias lo que necesitamos comunicar.
Somos los "autores" de nuestra felicidad. Cuando no la encontremos en nuestro interior, lucharemos y perseveraremos hasta recuperarla y disfrutarla.
Recordemos que una persona que no se siente segura actuará como un niño pequeño que, en su desorientación, ni analizará correctamente, ni actuará positivamente, ni resolverá felizmente lo que le preocupe.
Recordemos que una de las cosas que más nos hacen reaccionar es escuchar nuestro nombre; además, nos ayuda a crear un clima de cercanía con la otra persona, especialmente cuando hace poco que la conocemos.
El cariño se siente, no se enseña; se transmite, no se ordena; se regala, no se pide.
El mayor bien que tenemos es nuestra vida. Nadie puede vivirla por nosotros, pero cada vez hay más personas que se sienten vendidas o compradas, en medio de una vorágine que no dirigen y que les impide tener vida propia.
La mayoría de las dificultades que presentan los niños en etapas posteriores suelen originarse mucho antes de cumplir los tres años.
Cuando no sepamos qué pasa por la mente del niño: ¡sonriámosle, mirémosle con cariño, acerquémonos a él y sentémonos a su lado!; la corriente afectiva que se establece hará el resto.
Entre los principales rasgos o características de la persona positiva destacan su flexibilidad, su disposición a la alegría, su permanente motivación, su capacidad para crear un buen clima y un ambiente distendido y positivo.
No nos podemos pasar la vida añorando lo que tuvimos y sintiéndonos mal por lo que no tenemos.
¡Aprendamos pues de nuestro pasado para recuperar nuestro presente!
Quien no comprende una mirada, tampoco comprenderá una larga explicación.
El ser humano, por principio, se siente más feliz cuando consigue una meta difícil que cuando logra algo rápidamente y sin dificultad.
La queja casi siempre incomoda y se relaciona más con una actitud infantil que con una postura de adultos.
Podemos sentirnos mejor o peor valorados por nuestros jefes, pero no podemos otorgarles el poder de provocar nuestro desaliento.
Nunca los niños tuvieron tantos juguetes, y nunca se han mostrado tan aburridos, escépticos y desinteresados por los mismos.
El juego es vital para el niño; favorece su desarrollo y su maduración; aprenden a pensar, crear, imaginar, razonar, "trabajar en equipo", ayudar a sus compañeros, buscar soluciones difíciles... Les enseña a saber ganar y a saber perder, a disfrutar y a sentir...
La educación, ayer y hoy, parece ir "al revés". En lugar de sensibilizar a los niños hacia lo positivo, hacia lo que hacen bien, hacia lo que les puede dar seguridad y confianza en sí mismos, les sensibiliza hacia lo que les puede perturbar, inquietar, producir intranquilidad, inseguridad y desconfianza.
Cuando el amor es auténtico, las personas con equilibrio emocional saben que no pueden ni deben forzar las situaciones.
Cuando creemos que para sentirnos bien, para ser felices, son los otros quienes tienen que hacer algo concreto, ¡vamos por mal camino!
Parece mentira, ¡cómo nos influyen los jefes! Si ellos fueran conscientes del poder que ejercen sobre nuestro estado de ánimo, quizás algunos reflexionarían más antes de actuar como lo hacen.
Un jefe debe actuar con la objetividad de un juez y con la generosidad de un líder.
Si aprendemos a controlar nuestros pensamientos, controlaremos nuestra vida.
Lo crucial no es lo que "nos pasa", sino lo que pensamos en cada momento. El pensamiento es previo a la emoción, y ese pensamiento es el que nos hace sentirnos bien o mal.