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Lo mejor de la vida, muchas veces, todavía está por llegar.
María Dueñas
Alguien con quien recorrer el resto de mi vida adulta sin tener que despertar cada mañana con la boca llena de sabor a soledad. No me llevó a él una pasión turbadora, pero sí un afecto intenso y la certeza de que mis días, a su lado, transcurrirían sin pesares ni estridencias, con la dulce suavidad de una almohada.
Hablaba con complicidad, con cercanía, como si me conociera: como si su alma y la mía llevaran esperándose desde el principio de los tiempos.
Aquel que no come se deja comer.
Cuando uno emprende un cambio así, debe hacerlo con sueños y esperanzas, con ilusiones. Irse sin ellos es sólo escapar, y yo no tengo intención de huir a ningún sitio; prefiero quedarme aquí y enfrentarme de cara a lo que venga.
Con el desapego justo que el tiempo transcurrido proporciona a nuestra manera de rememorar las realidades que la vida nos ha forzado a dejar atrás.
La normalidad no estaba en los días que quedaron atrás: tan sólo se encontraba en aquello que la suerte nos ponía delante cada mañana.
La normalidad no era más que lo que mi propia voluntad, mi compromiso y mi palabra aceptaran que fuera y, por eso, siempre estaría conmigo. Buscarla en otro sitio o quererla recuperar del ayer no tenía el menor sentido.
A través de ellos entendí algo tan simple, tan orgánico y elemental como que la única causa que le guio para apartarse de mi lado fue la fuerza de un amor sobrevenido que se le cruzó en el camino como tal vez se me habría podido cruzar a mí. Un sentimiento que le sobrepasó.
A veces la vida se nos cae a los pies con el peso y el frío de una bola de plomo.
Jamás visito sepulturas. Ni la de Fontana, ni la de mi mujer, ni la de nadie. Ellos están en mi memoria y en mi corazón, lo que queda en los camposantos me importa tres cojones.
Transitábamos como si no hubiera un ayer ni un mañana. Como si tuviéramos que consumir el mundo entero a cada instante por si acaso el futuro nunca quisiera llegar.
Cada vez había menos susurros, menos alusiones a todo lo que hasta entonces le había encantado de mí.
El reparto de talentos siempre fue arbitrario, a nadie le dieron a elegir.
Dicen que la compasión es un síntoma de madurez emocional; no es una obligación moral ni un sentimiento que nazca de la reflexión.
Pasó el miércoles sin pena ni gloria, llegó el jueves y, con él, la lluvia: no mucha y tan solo a ratos, pero lo suficiente como para dejar ver a través del ventanal un día gris que invitaba a no pisar la calle.
Es sano desatascar las cañerías de la memoria y terminar de hacer las paces con todo lo que quedó atrás.
Tan solo en la certeza de que todo, en algún momento, puede ir a mejor.
Me deseaba, me veneraba tal cual era y se aferraba a mí como si mi cuerpo fuera el único amarre en el vaivén tumultuoso de su existir.
Las mujeres distinguimos perfectamente cuándo un hombre nos mira con interés y cuándo, sin embargo, lo hace como el que ve un mueble.
Atracción, duda y angustia primero. Abismo y pasión después.
¿Perdón? - Que el hombre, Carter, no puede vivir sin amor. Y menos en una tierra extraña.
A veces nos ciega la arrogancia y no somos conscientes de lo elementales que son las cosas. Hasta que alguien nos pone delante de los ojos la simplicidaddesnuda de la realidad.
No es bueno dejar heridas abiertas. El tiempo lo cura todo, pero antes es conveniente reconciliarse con lo que uno ha dejado atrás.
Porque a las cosas hay que darles siempre su final, Blanca, aunque sea doloroso. No es bueno dejar heridas abiertas.
Los instintos primarios que desde que el mundo es mundo habían movido a las mujeres de la humanidad.
La fortuna es de los valientes.
Y la compasión no es más que querer ver a los demás libres de sufrimiento, independientemente del sufrimiento previo que ellos pudieran habernos causado a nosotros. Sin rendir cuentas ni volver la vista atrás.
Y entonces me besaba y yo creía bailar al filo del desmayo.
Por muy duros que fueran los tiempos, jamás se fue de su lado el optimismo con el que apuntaló todos los golpes y al que se acogió para ver siempre el mundo desde el lado por el que el sol luce con más claridad.
Ante las jugadas que el destino nos pone insospechadamente por delante, a veces no se puede aplicar la razón.
el mar me trajo aquella mañana sensaciones olvidadas entre los pliegues de la memoria: la caricia de una mano querida, la firmeza de un brazo amigo, la alegría de lo compartido y el anhelo de lo deseado.
No quiero que empieces sola el año. No quiero que termines sola el siglo, no quiero que te sientes a la mesa sola en Nochevieja, ni que veas películas metida en la cama sola, ni que arrastres sola por la vida tu tristeza nunca más.
La rectitud y la honradez eran conceptos hermosos, pero no daban de comer, ni pagaban las deudas, ni quitaban el frío en las noches de invierno.
Solo Paul permanecía ajeno a todo, hasta que su hijo Jimmy se levantó de su sitio y vino a ocupar la silla que Daniel había dejado libre al abrazar a Rebecca. Con una dulzura inmensa, cogió la mano de su padre y le acarició la cara. Creí entonces percibir con el rabillo del ojo que -muy, muy levemente- Paul sonreía.
el amor es voluble, extraño y arbitrario, carente de entendimiento y racionalidad.
Pero como yo sé que las sombras también agradecen a su manera la compañía, de vez en cuando, cada dos o tresmeses, voy a visitarle.
Sopesa ahora lo que la vida te ha puesto por delante y escucha a tu corazón.
en cualquier momento y sin causa aparente, todo aquello que creemos estable puede desajustarse, desviarse, torcer su rumbo y empezar a cambiar.
A lo largo de los años hubo muchos momentos en los que el destino me preparó quiebros insospechados, sorpresas y esquinazos imprevistos que hube de afrontar a matacaballo según fueron viniendo. Alguna vez estuve preparada para ellos; muchas otras, no.